DÍA VIGÉSIMOSEXTO
LA SANGRE DE JESÚS ES FUENTE DE MISERICORDIA
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
DÍA VIGÉSIMOSEXTO
CONSIDERACIÓN:
LA SANGRE DE JESÚS ES FUENTE DE MISERICORDIA
I. Conducida por los escribas y fariseos a la presencia de Jesús una pecadora,
a fin de que fuera condenada a ser lapidada, éste les dijo: «Quien de entre
vosotros sea inocente, tire la primera piedra». En seguida con sus divinos
dedos, se puso a escribir sobre la tierra los pecados de ellos; por lo cual,
llenos éstos de confusión, se marcharon (San Jerónimo, Diálogo contra
Pelagio, Libro II). Habiendo quedado sola, turbada y compungida la
pecadora, Jesús le dijo: «no temas que yo te perdono, pero cuida de no volver a
pecar» (San Juan VIII). No sólo en este caso, sino frecuentemente, el Dios
humanado trataba con benignidad a los pecadores, diciendo que él «no había
venido a llamar a los justos sino a los pecadores» (San Marcos II, 17)
¡Tanta era su bondad hacia ellos! Alma pecadora, corre pues llena de confianza
a los pies de tu Señor, y lo hallarás que está pronto a lavarte con su Sangre.
II. «Mirad cuán grande, dice San Pablo, es la bondad del Señor para
con nosotros; que siendo sus enemigos, ha muerto por nosotros y con su Sangre
nos ha santificado y vuelto a la gracia de su Padre celestial» (Romanos V,
9-10). Todavía más, Jesús no sólo ha dado la vida y la Sangre por los
pecadores, sino que estando clavado por ellos en la Cruz, en el preciso momento
en que sorteaban su túnica, lo insultaban y blasfemaban, Él, todo piedad y
misericordia, pidió a su Padre perdón para sus crucifixores. ¡Oh bondad, oh
misericordia verdaderamente suma! A tal reflexión no habrá nadie por cierto, que
pueda dudar del perdón, por más cargado que esté de los más enormes e
innumerables delitos. Ven pues, oh pecador, a lavarte en la Sangre que Jesús ha
derramado por ti, y tu alma se tornará cándida como la nieve, porque de tu
corazón será borrada toda culpa.
III. «Amaos unos a otros, ha dicho Jesús, como yo os he amado» (San
Juan XV, 12). Él nos ha amado a nosotros, aunque pecadores y por tanto sus
enemigos; es necesario por consiguiente, que también nosotros amemos a nuestros
enemigos. «¿Y cómo podremos no amar al ofensor, dice San Agustín, habiendo sido
ambos redimidos con la misma Sangre de Jesús?» (Homilía 40, Sermón
211, Dominica V de Cuaresma, c. V.) Recordemos que éste le dijo claro: «si
no perdonáis, no seréis perdonados» (San Mateo VI, 15). Por esto, si queremos
obtener de Dios el perdón de nuestras culpas, que Jesús nos ha merecido con la
efusión de su Sangre, por amor de esta misma Sangre debemos perdonar y amar a
quien nos ha ofendido.
EJEMPLO
Santa Rita de Casia, unida en matrimonio a un hombre absolutamente diverso de
ella, tuvo que padecer innumerables maltratos y aún golpes de aquel; pero la
vista del crucifijo la hizo sufrir todo con invicta paciencia; hasta que
mediante sus ruegos y sufrimientos, Dios convirtió al marido. Habiendo sido éste
asesinado, aunque estaba por ello sumamente apenada, perdonó por amor de Jesús
crucificado a los asesinos, y consiguió que sus hijos también los perdonaran,
mostrándoles el crucifijo. Muertos los cuales ella, ofreciéndolos a Dios, se
hizo religiosa Agustina. Escuchando el sermón de Pasión de labios de San
Santiago de la Marca, se conmovió de tal manera, que postrada a los pies del
crucifijo, le pidió con insistencia que la hiciese probar alguna de sus penas,
y fue escuchada. Pues una espina separada de la corona del Redentor fue con
ímpetu a clavarse en su frente, dejándole en ella una llaga profunda y
dolorosa, que la atormentó toda la vida. Después de cuatro años de cruel
enfermedad (durante la cual, rogada a que tomase un poco más de alimento,
respondió: «Mi alma, aplicada a las llagas de Jesús, se nutre con otro
alimento»), suavemente murió, y su alma fue vista volar al paraíso (Lorenzo
Tardi, Vida de la Santa) ¡Bienaventurado el que la imita, pues
tendrá la misma suerte!
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
OBSEQUIO: Por amor de Jesús crucificado, perdonad cualquiera ofensa que se os haya hecho.
JACULATORIA: Por vuestra Sangre Señor, salvad los pecadores, que tanto amáis.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Misericordioso Padre mío, he aquí a vuestros pies al hijo pródigo, que arrepentido vuelve a Vos. Yo he venido de Vos y Vos habéis venido en mi busca con tantas inspiraciones que me habéis dispensado. Os he ofendido y me habéis ofrecido el perdón. He vuelto de nuevo a ofenderos y de nuevo me habéis abierto los brazos para estrecharme contra vuestro corazón. ¡Oh bondad infinita! ¿Quién podrá resistir a tamaño amor vuestro? Al fin me habéis vencido, oh divina misericordia: he aquí a vuestros pies la oveja descarriada resuelta a no apartarse jamás de Vos. Lavadme, querido Padre mío, con Vuestra Sangre, tantas manchas, y por los méritos de la misma, dadme la gracia de amaros siempre y de no más ofenderos, ya que también yo, por amor vuestro, perdono y amo a quien me ha ofendido, siendo éste también un alma redimida con vuestra Preciosa Sangre. Amén.