DÍA VIGÉSIMOQUINTO
AMOR DE JESÚS AL DAR SU SANGRE POR NOSOTROS
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
DÍA VIGÉSIMOQUINTO
CONSIDERACIÓN:
AMOR DE JESÚS AL DAR SU SANGRE POR NOSOTROS
I. Cogido de feroz tempestad el rey Jerjes, después de haber hecho arrojar las
demás cosas, dijo a los numerosos príncipes que formaban su séquito: «Persas,
si me amáis, arrojaos vosotros mismos al mar para que alivianada la nave, pueda
yo sano y salvo llegar al puerto», y todos al instante ejecutaron el deseo de
Jerjes (Liborio Siniscalchi SJ, Ejercicios de San Ignacio, Meditación de
las dos banderas). Grande acto de amor fue este ciertamente, pero en
comparación de lo que hizo Jesús por nosotros es nada. Puesto que aquellos eran
súbditos que murieron por su rey, y si no se hubieran por sí mismos ahogado,
habrían perecido en el naufragio; o si de éste hubieran escapado, habrían sido
el blanco de la ira de Jerjes. Jesús, si no hubiera muerto, no habría sufrido
daño alguno; y sin embargo, siendo el Señor del universo, dejó la vida en un
mar de Sangre, por salvarnos a nosotros, vilísimas criaturas. ¡Oh amor
verdaderamente sumo! ¿Y tú, corazón mío, no amarás a quien tanto te ha amado?
¿No te encenderás de devoción hacia la Preciosa Sangre, derramada con tanto
amor por tu causa?
II. Fijemos la mirada en Jesús crucificado: observemos ese cuerpo dilacerado de la cabeza a los pies, esas llagas tan profundas que dejan ver hasta los huesos, esa Sangre que brota a torrentes de todos lados, y reflexionemos que a tal extremo se ha reducido por nuestro amor. A nosotros, que somos los que hemos pecado, nos correspondían esas penas y esos dolores, y Él los ha cargado sobre sus hombros. ¿Puede darse mayor amor que éste? ¿Y podrás, alma mía, quedar insensible en presencia de tanto amor, sin derretirte de afecto hacia Aquel que te ha redimido a costa de su Sangre?
III. Santa Francisca Romana vio salir de las llagas del Salvador una cadena de oro ardiendo juntamente con un precioso líquido, y comprendió que ello significa el amor de Jesús, pronto a encender de caridad todos los corazones (Bernardo María Amico, Vida de la Santa, libro IV, capítulo VII). Pues la vista de aquella Sangre, dice San Juan Crisóstomo, no puede menos que despertar sentimientos de amor («Con esta Sangre el alma se enciende», Homilía 61 De la sagrada participación de los misterios, al pueblo de Antioquía). Quien a tal vista permanece indiferente, quiere decir que tiene un corazón de piedra: si así no es el nuestro, hemos de rendir amor a quien por nosotros ha derramado toda su Sangre.
EJEMPLO
Santa Catalina de Génova, desde pequeñita, oraba siempre delante de la imagen
de Jesús depuesto de la Cruz en el seno de su afligida Madre, y la
consideración de esas llagas y de la Preciosa Sangre que de ellas manaba, la
inflamó de tanto amor celestial, que despreciando las cosas terrenas quería
hacerse monja; mas por su tierna edad, no fue admitida. Andando los años, sus
padres la colocaron en matrimonio, y en este estado, por las grandes
tribulaciones que hubo de sufrir, contrajo no leve enfermedad. Como le
aconsejasen que abandonara su vida penitente a fin de recuperar la salud, así
lo hizo, pero en vez de alivio, experimentó mayor molestia. Acudió enseguida a
la presencia de un sacerdote y para remedio de sus males pidió confesarse.
Haciendo lo cual, recibió de Dios tal conocimiento de la malicia de la culpa,
que entre un mar de llanto y dolor, fue constreñida a exclamar: «Amor mío, no
más pecados». Vuelta a casa se le apareció Jesús chorreando viva Sangre, y de
tan indeleble manera, se grabó en su alma, que de allí en adelante no pudo ella
en otra cosa pensar sino en Jesús bañado de Sangre; y cada objeto le parecía
regado con la Sangre Preciosa. Mediante esos favores celestiales consiguió
perfecta tranquilidad su corazón, y tanto se inflamó de amor divino que el
fuego interior le translucía en el rostro. Tal amor, creciendo en ella cada vez
más, la condujo a un alto grado de perfección. El año 1510, cayó enferma, fue
arrebatada en éxtasis y cantando con voz dulcísima las últimas palabras de
Jesús: «Señor, en tus manos encomiendo mi alma» se voló al santo paraíso (René
François Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia, libro 83; y Breviario
Romano, apéndice 22 de Marzo) ¡Oh muerte verdaderamente preciosa! ¡Oh
cristiano, ama de veras también tú a la Preciosísima Sangre, y también tú
tendrás la suerte de acabar tus días con una tan feliz muerte!
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
OBSEQUIO: Decid siete Gloria Patri a la Preciosísima Sangre de Jesucristo.
JACULATORIA: Sangre vertida con tanto amor, de afecto inflama mi corazón.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Señor mío crucificado, ¿por qué estáis clavado en esa Cruz? Por amor mío. ¿Por qué vuestro cuerpo está todo dilacerado, traspasados con clavos los pies y las manos, y perforada de espinas la cabeza? Por amor mío. Sí, por amor mío os veo cubierto de Sangre de la cabeza a los pies. ¿Y quién soy yo para que tanto me améis? Una criatura vilísima, un ingrato que tanto os ha ofendido. ¡Y sin embargo Vos, sumo Dios, por mi os habéis reducido a tal estado! ¡Oh amor incomprensible, amor inmenso! ¿Y yo no me resuelvo aún a amaros? ¡Ah! Conmuévete al fin, ingrato corazón mío, y ama a quién te ha amado tanto: da todo tu amor a quién te ha dado toda su Preciosísima Sangre. Sí, amaros quiero Jesús mío, y amaros siempre en todo el resto de mi vida, para tener la suerte de amaros eternamente en el cielo. Amén.