Homilía de maitines
11 de octubre
LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN MARÍA
Homilía de San Bernardo, Abad.
Homilía 1 sobre las alabanzas de la Virgen Madre.
María da el nombre de Hijo al Dios y Señor de los Ángeles, cuando le dice: ¿Hijo mío, por qué has obrado así con nosotros? ¿Cuál de los Ángeles se habría atrevido a ello? Bástales, y lo tienen por gran honor, el que, siendo espíritus, hayan sido elevados por gracia a la categoría de Ángeles y llamados con este nombre, según dice David: El cual hace a sus espíritus Ángeles. Pero María, consciente de su maternidad, no vacila en dar el nombre de Hijo a aquél a quien sirven los Ángeles con temor; y en cuanto a Dios, no tiene reparo en ser tratado como lo que realmente se ha dignado ser. Porque añade el Evangelista: Les estaba sometido. ¿Quién estaba sometido? ¿A quiénes? Dios a los hombres; Dios, sí, aquél a quien están sujetos los Ángeles, a quien los Principados y Potestades obedecen, estaba sometido a María.
De ambas cosas admírate; considera qué sea más admirable, si la benignísima dignación del Hijo o la excelentísima dignidad de la Madre. Ambas constituyen un milagro. Que Dios se someta a una mujer, es un acto de humildad sin igual y que una mujer mande a un Dios, puedes ver en ello una sublimidad sin par. En alabanza de las Vírgenes se canta que siguen al Cordero dondequiera que vaya. Ahora bien: ¿de qué alabanzas juzgas digna a la que le precede? Aprende, oh hombre, a obedecer; aprende, tú, que eres tierra, a estar sumiso; aprende, oh polvo, a sujetarte. Hablando de tu Hacedor, dice el Evangelista: les estaba sometido. ¡Avergüénzate, polvo soberbio! Dios se humilla, ¿y tú te exaltas? Dios se sujeta a los hombres, ¿y tú, deseando dominarlos, pretendes ser más que tu Hacedor?
Dichosa Tú, oh María, en quien no sufrieron mengua la humildad ni la virginidad: virginidad singular, que lejos de empañarse con la fecundidad, recibió de ella mayor lustre; humildad verdaderamente privilegiada, no menguada, sino realzada por la virginidad fecunda; fecundidad incomparable, acompañada a la vez de la virginidad y de la humildad. ¿Hay nada aquí que no sea admirable, extraordinario y único? Puesto a comparar tales prodigios, y de resolver qué es más de admirar, si la fecundidad de la Virgen o la virginidad de la Madre; si la excelsitud a que se eleva la maternidad, o la humildad con que acoge este encumbramiento, consideramos mucho mejor poseerlas todas a poseer tan sólo alguna de ellas. ¿Y qué tiene de particular que Dios, que a nuestros ojos, y según la Sagrada Escritura, es admirable en sus santos, haya manifestado serlo tanto en su Madre? Venerad esposos, la pureza en una carne corruptible; en cuanto a las santas Vírgenes, admirad en una Virgen la fecundidad; y nosotros, hombres todos, imitemos la humildad de la Madre de Dios.