16 de agosto
San Joaquín, padre de la santísima Virgen
Lecciones del II Nocturno de Maitines
Sermón de San Juan Epifanio, Obispo.
Sobre la alabanza de la Santísima Virgen.
De la raíz de Jesé nació David, y de la tribu real de David nació la Virgen santa: santa, en verdad, e hija de santos progenitores. Sus padres fueron Joaquín y Ana, que se atrajeron por su conducta las divinas bendiciones y merecieron tener como fruto de su unión, a la santa Virgen María, templo y madre de Dios. Aquellas tres personas, Joaquín, Ana y María, ofrecían manifiestamente un sacrificio de alabanza a la Trinidad. El nombre de Joaquín significa: preparación del Señor. ¿No fue él, en efecto, quien preparó en María el templo del Señor? El nombre de Ana significa, a su vez, gracia. Pues bien: Joaquín y Ana obtuvieron con sus oraciones la gracia de producir el fruto que les fue concedido: la Santa Virgen; Joaquín oraba en el monte y Ana en su jardín.
Sermón de San Juan Damasceno.
Sobre la Natividad de la Virgen María.
Como de Ana debía nacer la Virgen, Madre de Dios, nada osó producir la naturaleza anterior al retoño de la gracia: esperó a que ésta hubiese dado su fruto. Convenía que aquélla que debía dar a luz al primogénito de todas las criaturas, por quien han sido hechas todas las cosas, fuese, a su vez, la primogénita de su madre. ¡Oh afortunados Joaquín y Ana! Toda la creación os debe gratitud. Gracias a vosotros ha podido presentar al Creador una ofrenda que aventaja a toda otra ofrenda: la casta Madre, la única digna del Creador.
Alégrate Joaquín, porque de tu hija nos ha nacido un Hijo que tiene por nombre: Ángel del gran consejo, Ángel de la salvación de todo el orbe. Avergüéncese Nestorio, y esconda su rostro tras de sus manos. Este hijo es Dios. ¿Cómo no sería, pues, Madre de Dios, la que lo ha dado a luz? Quien no rinda honor a la santa Madre de Dios, merece ser rechazado por la Divinidad. Esta doctrina, no es sólo mía: la recibí como herencia preciosa de mi padre, Gregorio el Teólogo. ¡Oh dichosa pareja, la de Joaquín y Ana! Reconozcan vuestra pureza en el fruto de vuestras entrañas, según lo dijo Jesucristo: “Por sus frutos los conoceréis”. Vivisteis según el beneplácito de Dios y la exigencia de la dignidad de la que nacería de vosotros. Consagrados castos y santos a cumplir el deber, disteis un tesoro de virginidad.