SAN JUAN BOSCO, CONFESOR. 31 DE ENERO

31 de enero

San Juan Bosco, confesor

 

Juan Bosco, nacido en la ciudad pobre de Castelnuovo d'Asti, y habiendo perdido a su padre a la edad de dos años, fue criado por su madre de la manera más santa, y desde sus primeros años dio evidencia de un futuro extraordinario. Dócil y piadoso, tuvo una notable influencia sobre los de su misma edad, cuyas luchas pronto comenzó a resolver, y cuyas palabras indecentes y chistes impropios detuvo. Luego se ocupó de conducirlos mediante buenas historias, incluyendo oraciones en sus juegos, repitiendo de manera atractiva los sermones completos que había escuchado en la iglesia y persuadiéndolos a recibir los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía sin demora y con frecuencia. Su actitud modesta, su afabilidad y su inocencia atrajeron a todos hacia él. Aunque presionado por las dificultades en el hogar, y obligado a trabajar duro en su juventud, deseaba ardientemente con confianza en Dios convertirse en sacerdote.

Su deseo se cumplió; fue primero a Chieri, y luego a Turín, donde bajo la dirección del Beato José Cafasso, hizo rápidos progresos en la ciencia de los santos y en el aprendizaje de la teología moral. Movido por la gracia divina y el gusto personal, comenzó a interesarse por los jóvenes, a quienes enseñó los rudimentos de la religión cristiana. Su número aumentó día a día y, a pesar de las grandes y persistentes dificultades, bajo inspiración divina creó una base para ellos en esa parte de la ciudad llamada Valdocco, en la cual comenzó a gastar toda su energía. Poco después, con la ayuda de la Santísima Virgen, quien en una visión para él de un niño que había revelado su futuro, fundó la Sociedad de los Salesianos, cuyo objetivo principal era la salvación de almas jóvenes para Cristo. De la misma manera, fundó una nueva familia de religiosas, a las que llamaron hijas de Santa María Auxiliadora, y que harían por las niñas pobres lo que los salesianos estaban haciendo por los niños. A estos, finalmente anexó la Tercera Orden de Salesianos Cooperadores, quienes por su piedad y celo debían ayudar en el trabajo educativo de los Salesianos. Y así, en poco tiempo, hizo grandes contribuciones tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Lleno de celo por las almas, no escatimó esfuerzos ni gastos para construir centros recreativos para jóvenes, orfanatos, escuelas para niños trabajadores, escuelas y hogares para la formación de jóvenes e iglesias en todo el mundo. Al mismo tiempo, no dejó de difundir la fe en todo el país subalpino de palabra y con el ejemplo, y en toda Italia, escribiendo y editando buenos libros y distribuyendo los mismos, y en las misiones extranjeras a las que envió numerosos predicadores. Era un hombre sencillo y recto, empeñado en todo buen apostolado; brillaba con toda clase de virtudes, que fomentaba su intensa y ardiente caridad. Con su mente siempre puesta en Dios y colmada de regalos celestiales, este santo hombre de Dios no fue perturbado por amenazas, ni cansado por el trabajo, ni abrumado por el cuidado, ni molesto por la adversidad. Recomendó tres obras de piedad a sus seguidores: recibir con la mayor frecuencia posible los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía, cultivar la devoción a María Auxiliadora y ser los hijos más leales del Soberano Pontífice. También se debe mencionar que San Juan Bosco, en circunstancias muy difíciles, fue al Papa más de una vez para consolarlo por los males que provenían de las leyes que en ese momento se promulgaban en contra de la Iglesia. Con una vida de méritos murió el 31 de enero de 1888. Ilustre por sus muchos milagros, el Sumo Pontífice Pío XI lo beatificó en 1929. Cinco años más tarde, en el decimonoveno centenario del aniversario de nuestra redención, fue canonizado en una vasta reunión de fieles que llegó a la Ciudad Eterna de todas partes del mundo.

 

Oremos.

¡Oh Dios, que suscitaste a San Juan Bosco para que la juventud tuviese un maestro y un padre, y quisiste que, con los auxilios de la Virgen María, fundase en tu Iglesia, nuevas congregaciones religiosas!; concédenos que, inflamados con el mismo fuego de caridad, busquemos la salvación de las almas y te sirvamos a ti solo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.

R. Amén.

 

 

MISTERIOS GOZOSOS DEL ROSARIO DE HOY CON SAN JUAN BOSCO

MISTERIOS DOLOROSOS DEL ROSARIO DE HOY CON SAN JUAN BOSCO

MISTERIOS GLORIOSOS DEL ROSARIO DE HOY CON SAN JUAN BOSCO

AUXILIADORA ADMIRABLE. Oración de san Juan Bosco

sábado, 29 de enero de 2022

PRIMER DOMINGO DE SAN JOSÉ.

PRIMER DOMINGO

Se consagra a honrar el primer dolor y gozo de san José al ver a María encinta, ignorando el misterio.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

***

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a san José sumido en mortal angustia por causa del embarazo de María su esposa, y el ángel que le revela el misterio.

 

Petición. Dadme, Santo mío, el meditar con provecho vuestros dolores y gozos.

 

Punto primero. Considera, devoto josefino, la conducta de san José en este paso, lleno de caridad y de prudencia, pues a pesar de la evidencia del embarazo de María, todavía juzgaba a favor de su castidad angelical porque la caridad jamás piensa mal del prójimo, como dice san Pablo. Nunca llegó el glorioso Santo a juzgar mal de su esposa, a pesar de tener motivos al parecer tan poderosos; pues más creía a su castidad que a lo que veía. No pudiendo el Santo, como justo, delatar a María que creía inocente, medita en su prudencia qué partido debía tomar en este caso, y escoge el dejarla o separarse de ella ocultamente o en secreto, dejando solo a Dios el juicio, porque es el único que penetra el interior de los corazones. ¡Oh caridad y prudencia celestial del Santo, cómo confundes mi poca caridad y prudencia en juzgar al prójimo! ¡Ay, Dios mío! Si una acción tiene cien caras siempre la habíamos de mirar por la más hermosa; pero nuestra malicia lo hace todo al revés. Porque vemos leves señales de mal o a nuestro apasionado espíritu se le representan, formamos juicios temerarios del prójimo o sin fundamento. Lo echamos todo, como los fariseos, a la peor parte; lo hablamos con otros, juntando casi siempre al juicio temerario la murmuración, y si no podemos negar la evidente bondad de la obra, juzgamos lo sagrado de las intenciones. ¡Qué refinada malicia! Mira, alma mía, que a Dios solo le toca juzgar del prójimo, porque solo Él pesa las intenciones; pondera que con la misma medida que midieres a tu prójimo serás medido por Dios. Sé, pues, misericordiosa y caritativa en tus juicios, y Dios, lo será contigo al juzgarte.

 

Punto segundo. Contempla la conducta de san José en este gravísimo dolor, angustia y perplejidad de su ánima causada por el embarazo de María, y verás cómo recurre a Dios por medio de la oración y se serena su espíritu, se disipa la tormenta, y un ángel del Señor es enviado para instruirle en el misterio de la Encarnación, quedando su alma purísima inundada de celestial gozo; pues le manda que no tema recibir a su esposa María, y quedarse y vivir en su compañía, porque lo que ha sido concebido en su seno, no es por obra de varón, sino por obra y gracia del Espíritu Santo… ¿Qué lecciones nos da el santo, devoto josefino, en este paso admirable de su vida? No fue a buscar consuelo y ayuda en sus parientes, ni a contar lo que pasaba a sus vecinos o amigos, como haces tú en tus trabajos ordinariamente, sino que acude a Dios por medio de la oración. Por esto el Santo sale consolado, ilustrado en este caso, y tú sales más perplejo y angustiado, porque debiendo unirte por la oración más con tu Dios en el tiempo de la tribulación, en las pruebas que Dios te envía siempre para tu bien, te aferras más a tus juicios, a tu amor propio, y esto aumenta tus tribulaciones… Aprende de san José a recurrir a Dios en todos tus trabajos de alma y de cuerpo, si quieres conseguir perfecto consuelo; ora con fe viva, humildad y perseverancia, que la oración es la llave de las divinas consolaciones, el maná que sustenta el alma, el rocío celestial que refresca el corazón agitado y atrae la misericordia de Dios. ¡Oh, cuán feliz serás en tus dolores y trabajos, devoto josefino, si así lo haces!

 

EJEMPLO

 

Una distinguida señora escribió con fecha de 29 de enero de 1866, a una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de san José.

Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en un completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a esa oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido. Cayó enfermo ese infeliz, y se puso de cuidado; entonces fue cuando la caritativa señora, alarmada por el estado crítico de su querido anciano, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma que tanto había costado al divino Redentor; y se acordó del grande poder del patriarca san José (de quien era muy devota), para socorro de los moribundos, le suplicó que viniese en su ayuda, llena de fervor le prometió hacer la devoción de los Siete Domingos en memoria de sus dolores y gozos, esperando le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba. ¡Cosa admirable! Ya en el primer domingo, san José empezó su obra: fue un sacerdote a visitar al enfermo; este lo recibió muy bien; le insinuó que quería confesarse, hizo una confesión entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo, y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró, y con ella una eterna gloria. ¡Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete Domingos, mueva a otras buenas almas a practicarla para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan!

 

Obsequio. Prívate del gusto de ver y ser visto curiosamente.

 

Jaculatoria. Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

***

Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.

SON LLAMADOS HOMBRES, LOS QUE AUN NO CONOCÍAN EL PODER DEL SALVADOR. San Jerónimo

 


 

IV DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

Lecciones del II Nocturno de Maitines

Homilía de San Jerónimo, Presbítero.

Libro 1 de los Comentarios en el cap. 8 de San Mateo.

El quinto milagro lo realizó subiendo a la embarcación en Cafarnaún mandando a los vientos y al mar. El sexto, en la región de los Gerasenos dio poder a los demonios para pasar a los puercos. El séptimo, al entrar en la ciudad curó al segundo paralítico en su camilla. El primer paralítico curado fue el criado del Centurión.

Él, empero, dormía. Y le despertaron: “Señor, sálvanos”. Una figura de este milagro la leemos en Jonás, cuando, peligrando los demás, él duerme y le despiertan; y con su poder y el misterio de su pasión libra a los que le han despertado. “Entonces, levantándose, mandó a los vientos y al mar”. Esto nos demuestra que todas las criaturas reconocen al Creador. Lo mismo si las increpa que si las manda, experimentan su imperio. Y esto, no porque sea cierto que todo tiene alma, sino a causa de su majestad como Creador, ante la cual se muestra sensible lo que para nosotros es insensible.

Dijeron: ¿Quién es éste, a quien los vientos y el mar obedecen? No se admiraron los discípulos, sino los marineros y los demás que estaban en la nave. Mas, si alguno pretendiere que fueron los discípulos quienes se admiraron, a ello responderemos que muy propiamente son aquí llamados “hombres” aquellos que aún no conocían el poder del Salvador.

LAS CRIATURAS SE VEN SUJETAS A LA VANIDAD. San Gregorio, Papa

IV DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

Lecciones del II Nocturno de Maitines


Del libro de los Morales de San Gregorio, Papa.

Lib. 4. Cap. 30.

Alimentamos el cuerpo para que no desfallezca extenuado; lo debilitamos con la abstinencia para que no nos oprima. Lo vigorizamos con movimiento, para que no perezca con la inmovilidad; lo reducimos al reposo para que no sucumba por el exceso de ejercicio. Lo abrigamos con vestidos, para que el frío no le perjudique; nos quitamos lo que le habíamos puesto, para que no le queme el calor. ¿Qué hacemos sino vivir bajo la dependencia de su corruptibilidad, y sostener este cuerpo al que oprimen la inquietud, la enfermedad y las mutaciones?

Dice San Pablo: “Que las criaturas se ven sujetas a la vanidad, no de grado, sino por causa de aquel que les puso tal sujeción, con la esperanza de que serán también ellas mismas libertadas de esa servidumbre de la corrupción, para participar de la libertad de los hijos de Dios”. El hombre renunció a la inmortalidad que le era connatural, y oprimido justamente por el peso de la mortalidad, se ve esclavo de la corrupción de su mutabilidad. Mas se verá libre de la corrupción, cuando resucitando incorruptible, sea elevado a la gloria de los hijos de Dios.

Así, pues, aquí los elegidos se ven molestados por las penas de la presente vida, porque aún están sujetos a las consecuencias de su corrupción; pero cuando se vean libres de la carne corruptible, quedarán exentos de los lazos con que ahora son oprimidos. A la verdad que deseamos vernos ya en la presencia de Dios. Por lo cual, San Pablo, deseoso de lo eterno, pero cargado aún por el peso de la propia carne, vencido clamaba: “Deseo ser desatado, y estar con Cristo”. Y ciertamente que no habría deseado verse libre, si no se hubiese sentido como encadenado.