PUNTO II
"Si
el entendimiento humano, — dice San Bernardo—, no puede llegar a
comprender la inmensa gloria que Dios ha preparado en el cielo a los que
en la tierra le han amado, como dijo el Apóstol, ¿quién llegará a
comprender jamás qué gloria tuvo preparada a su querida Madre, que en la
tierra le amó más que todos los hombres, y que aun desde el primer
momento en que fue criada le amó más que todos los hombres y todos los
Angeles juntos? Con razón, pues, la Iglesia canta que María ha sido
exaltada sobre todos los coros de los espíritus celestiales, habiendo
amado a Dios más que todos los Angeles-"(11). "Si — dice Guillermo abad —
. Ella fue exaltada sobre los Angeles, de modo que no ve sobre de sí
sino a su Hijo, que es el unigénito de Dios (12).
Esto
es lo que considera el docto Gerson cuando afirma que
"independientemente de las tres jerarquías en las cuales se hallan
distribuidos todos los órdenes de los Angeles y de los Santos, como
enseñan Santo Tomás y San Dionisio, María formó en el cielo una
jerarquía separada, la más sublime de todas, y la segunda después de
Dios"(13). "Y así como — añade San Antonino — , la señora se diferencia
sin comparación de los esclavos, así la gloria de María es
incomparablemente mayor que la de los Angeles"(14). Para entender esto,
basta saber lo que nos dijo David, que esta Señora fue colocada a la
derecha del Hijo(15), esto es, de Dios, como dice San Atanasio(16).
Es
cierto, como dice San Ildefonso, que las obras de María aventajaron
incomparablemente en mérito a las de todos los Santos, y por esto no
puede comprenderse la recompensa y la gloria que Ella mereció(17). Y si
es cierto, como escribió el Apóstol, que Dios premia según el
mérito(18), lo es también, dice Santo Tomás, que la Virgen, cuyo mérito
excedió al de todos los hombres y Angeles, debió ser exaltada sobre
todos los órdenes celestiales(19). "En una palabra, —añade San Bernardo
—, mídase la gracia singular que María recibió en la tierra y luego
mídase por ello la gloria singular que obtuvo en el cielo.
La
gloria de María, dice un sabio autor(20), fue una gloria llena, una
gloria completa, a diferencia de la que gozan los otros Santos en el
cielo. Esta reflexión es muy hermosa; pues si bien es cierto que en el
cielo todos los bienaventurados gozan una paz perfecta y completo
contento, sin embargo siempre será verdad que ninguno de ellos disfruta
de aquella gloria que hubiera podido merecer, si hubiese servido y amado
a Dios con mayor fidelidad. De aquí es que si bien los Santos en el
cielo no desean más de lo que poseen, sin embargo tendrían aún que
desear. Es verdad igualmente que allí no se sufre pena alguna por los
pecados cometidos y el tiempo perdido, pero es innegable que causa sumo
contento el mayor bien que se hizo en vida, el haber conservado la
inocencia y empleado mejor el tiempo. María en el cielo nada desea y
nada tiene que desear. "¿Cuál de los Santos —dice San Agustín —, a
excepción de María, puede decir que no ha cometido ningún pecado(21)?
Ella no cometió jamás culpa alguna ni cayó en defecto alguno; y esto es
cierto, porque así lo ha definido el santo concilio de Trento(22). No
sólo no perdió jamás ni oscureció la divina gracia, sino que nunca la
tuvo ociosa: no hizo acción que no fuese meritoria, no profirió ninguna
palabra, no tuvo pensamiento, no respiró jamás sin que tuviese por
objeto la mayor gloria de Dios. En suma, jamás se entibió su afecto, ni
paró un solo momento de correr hacia Dios, nunca perdió nada por su
descuido, de manera que siempre correspondió a la gracia con todas sus
fuerzas, y amó a Dios tanto como pudo amarle. Señor, le dice ahora en el
cielo, si no os he amado tanto como Vos merecéis, a lo menos os he
amado cuanto he podido.
En
los Santos, como dice San Pablo, las gracias han sido varias. Por lo
cual cada uno de ellos, correspondiendo después a la gracia recibida, ha
sobresalido en alguna virtud, uno en salvar almas, otro en hacer vida
penitente, éste en sufrir los tormentos, aquél en la vida contemplativa,
lo que justifica las palabras que usa la Iglesia cuando celebra sus
fiestas: Que no se halló semejante a El. Y su gloria en el cielo es
diferente según sus méritos. Los Apóstoles se distinguen de los
Mártires, los Confesores de las Vírgenes, los Inocentes de los
Penitentes. Habiendo estado la santísima Virgen llena de todas las
gracias, aventajó a cada uno de los Santos en toda clase de virtud. Ella
fue Apóstol de los Apóstoles, y la Reina de los Mártires, porque
padeció más que todos ellos; fue la portaestandarte de las Vírgenes y el
dechado de las esposas. A la inocencia más perfecta supo unir la más
austera mortificación; en una palabra, hizo de su corazón el santuario
de todas las heroicas virtudes que jamás supo algún santo practicar. De
María escribe el salmista estas palabras: A tu diestra está la Reina con
vestido bordado de oro y engalanada con variados adornos (Ps. 44, 10) ;
y esto lo dice, precisamente, porque todas las gracias y prerrogativas y
méritos de los demás santos se hallan reunidos en María, como dice el
abad de Celles: "¡Oh afortunada Virgen María!, todos los privilegios de
los demás habéis logrado atesorarlos en vuestro corazón".
Por
manera que, como dice San Basilio, la gloria de María supera a la de
los demás bienaventurados, bien así como el resplandor del sol vence en
claridad a la claridad de todas las demás estrellas. Y San Pedro Damiano
añade: "Que así como la luz del sol eclipsa el resplandor de la luna y
de las estrellas, y las deja como si no existieran, así también delante
de la gloria de María queda velado el esplendor y la gloria de los
hombres y de los Angeles, como si no estuviesen en el Cielo." San
Bernardino de Sena afirma con San Bernardo "que los bienaventurados
participan de la gloria de Dios como con tasa y con medida, al paso que
la Virgen María está tan abismada en el seno de la divinidad que parece
imposible que una pura criatura pueda estar más unida con Dios que lo
está María Santísima". Añádase a esto lo que dice San Alberto Magno:
"Colocada María más cerca de la divinidad que todos los espíritus
bienaventurados, contempla a Dios y goza de Dios incomparablemente más
que todos ellos." Y va más adelante San Bernardino de Sena, ya citado, y
dice que "así como el sol ilumina a los demás planetas, así también
toda la corte celestial recibe gozo y alegría muy cumplidos con la
presencia de María". Y San Bernardo asegura también que "al entrar en el
Cielo la gloriosa Virgen María se aumentó el gozo de todos sus dichosos
moradores"(23). Por eso está en contemplar a esta bellísima Reina.
"Veros a Vos — dice el Santo dirigiéndose a María — es, después de la
visión de Dios, el colmo de la felicidad"(24). Y San Buenaventura pone
en boca de los bienaventurados estas palabras: "Después de Dios, nuestro
mayor gozo y nuestra mayor gloria tienen su fuente en María".
Alegrémonos
por ser la exaltada nuestra Madre. Pongamos en ella toda nuestra
esperanza. Alegrémonos y regocijémonos con nuestra Madre, al verla en el
Paraíso sublimada por Dios a tan excelso trono. Alegrémonos también,
porque si hemos perdido la presencia corporal de nuestra augusta Señora
por haber subido al cielo, esto no obstante, su afecto maternal no nos
desampara; pues estando más cerca de Dios, conoce mejor nuestras
miserias y se compadece de ellas y las socorre con más facilidad y
prontitud. "¡Por ventura será posible — exclama San Pedro Damiano— que
Vos, oh bienaventurada Virgen María, después de haber sido glorificada
en el Cielo, os hayáis olvidado de nosotros, pobres pecadores! No;
líbrenos Dios de pensar tal cosa, que no es propio de un corazón tan
misericordioso como el vuestro olvidarse de miserias tan grandes como
las nuestras." "Si grande fue la misericordia de María —dice San
Buenaventura—mientras peregrinó por este nuestro destierro, mucho mayor
es ahora, que reina en los Cielos".
Entremos,
por tanto, al servicio de esta Reina, honrémosla y amémosla con todas
nuestras fuerzas. "Porque esta nuestra augusta Soberana —dice Ricardo de
San Lorenzo — no es como los otros reyes, que agobian a sus vasallos
con alcabalas y tributos, antes por el contrario, distribuye con larga
mano entre sus servidores dones de gracias, tesoros de méritos, riquezas
celestiales y otras magníficas recompensas." Acabemos diciéndole con el
abad Guerrico: "¡Oh Madre de misericordia! Ya que estáis tan cerca de
Dios, sentada como Reina del mundo en trono de majestad, saciaos y
embriagaos de la gloria de vuestro Hijo, pero repartid las sobras entre
vuestros siervos. Sentada a la mesa del Señor, gustáis de los más
exquisitos manjares; nosotros, como hambrientos cachorrillos, estamos
aquí en la tierra, como debajo de la mesa; compadeceos de nosotros."