ADORACIÓN EUCARÍSTICA
13 de mayo de 2021
PRIMER MOMENTO
La Iglesia cree que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía está Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, el mismo que nació de la Virgen María, el mismo que murió en la cruz, el mismo que resucitado y glorioso está a la derecha del Padre.
Su presencia en la Eucaristía es real, verdadera y sustancial; “por lo cual estamos obligados, -en palabras del Papa Pablo VI- por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos.
Con la oración que el Ángel enseño a los pastorcitos de Fátima presentamos nuestra adoración y hacemos un acto de reparación y ofrecimiento; pues él mismo dando la Sagrada Comunión a los niños les dijo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.”
Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.
SEGUNDO MOMENTO
La Virgen María es el mejor modelo para recibir a Jesús en la Eucaristía: ella lo recibió en su seno en el misterio de la Encarnación.
Unidos a ella, nuestra comunión se convertirá en cosa agradable a Jesús, que vendrá a nosotros y nos llenará de sus gracias.
La Virgen María comenzó su adoración en aquel solemne momento en el que Verbo se hacía carne en su seno haciendo un acto de anonadamiento de todo su ser ante la soberana majestad del Verbo, al ver cómo había elegido a su humilde sierva por su bondad a los hombres todos.
Así ha de ser también nuestro primer acto, el primer sentimiento de nuestra adoración.
***
Como el centurión, nosotros repetimos hoy: Señor, no soy digno de estar en tu presencia, de que entre en mi pecho….
CANTO: Oh Señor, yo no soy digno.
(o repetir tres veces)
TERCER MOMENTO
“¡Qué bello es Dios, qué bello!, mas está triste por causa de los pecados de los hombres. Yo quiero consolarlo, quiero sufrir por su amor” –solía decir el pequeño San Franciso Marto.
Dios belleza infinita y bondad sin límites que viene a nosotros en la sagrada comunión. ¿Cómo no vamos a exultar en un profundo agradecimiento ante este misterio de todo un Dios que bajo las apariencias de pan y vino quiere ser nuestro alimento y unirnos a él?
La gratitud es el corazón del amor, pues quien ama es agradecido. Nosotros hemos de imitar a la Virgen en actos de amor, alabanza y bendición ensalzando la divina bondad.
Dando gracias por el misterio de la Eucaristía, por tantas veces que el Señor nos regala su presencia en la comunión, cantemos unidos a la Virgen el Magnificat porque a nosotros hambrientos, el Señor nos colma de bienes.
CANTO: Magnificat
(o recitarlo)
CUARTO MOMENTO
La Virgen María con su sí en el misterio de la Encarnación hace una ofrenda de sí misma: responde al Amor con amor: “He aquí la Esclava del Señor”. Es darse y ofrecerse a Aquel que nos ha amado primero, “que nos ama y se entrega por nosotros y nosotros.”
Ante este Amor, vivo en la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a convertirnos en hostias santas, puras e inmaculadas ofreciendo toda nuestra vida, trabajos, sufrimientos, alegrías junto con Jesús al Padre por el Espíritu Santo para la salvación de todos los hombres.
Aquel 13 de mayo de 1917, Nuestra Señora preguntó a los niños: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”
Cuando los tres Pastorcitos lo confirmaron, Ella dijo: “Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza”.
Imitando, la generosidad y el ofrecimiento de aquellos tres niños, de tantas almas buenas y santas, de la misma Virgen María que se ofreció a su Hijo para reparar y hacer penitencia por nosotros, pecadores; nos entregamos al Señor y prometamos una vez más hacer siempre nuestras comuniones imitando la pureza, humildad y devoción de la Virgen María; recitando la oración que el Ángel enseñó a los pastorcitos en Fátima:
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores.