DOMINGO DE RESURRECCIÓN
San Alfonso María de Ligorio
Jesucristo
resucitó con la gloria de poseer, no sólo como Dios, sino también como
hombre, todo poder en el cielo y en la tierra, por manera que todos los
ángeles y todos los hombres le rinden vasallaje. Regocijémonos, pues, al
ver glorificado a nuestro Salvador, nuestro padre y nuestro mejor
amigo; alegrémonos, porque la resurrección de Jesucristo es prenda
segura de la nuestra y de la gloria que un día hemos de gozar en el
cielo en cuerpo y alma.
Apoyados
en esta esperanza, padecieron los santos mártires con alegría todas las
penalidades de la vida y los más crueles tormentos de los tiranos. Pero
convenzámonos de que no gozará con Cristo quien no quiera padecer ahora
con Cristo ni alcanzará la corona de la inmortalidad quien no combata
varonilmente para alcanzarla. Que nos sirva de aliento el consejo del
mismo Apóstol, que asegura que todos los sufrimientos de esta vida son
nonada y pasajeros en cotejo de los bienes inmensos y eternos que
esperamos disfrutar en el paraíso. Esforcémonos, pues, por conservar
siempre la gracia de Dios y pedirle la perseverancia de su amor, porque
sin oración, y continua oración, no lograremos la perseverancia ni
alcanzaremos la salvación.
¡Oh
dulce y amable Jesús mío!, ¿cómo habéis podido amar tanto a los
hombres, que, para demostrarles vuestro amor, no rehusasteis morir
desangrado y afrentado en tan infame leño? ¡Oh Dios!, y ¿cómo son tan
pocos los hombres que os amen de todo corazón? ¡Ah, querido Redentor
mío, entre estos poquitos quiero contarme yo, pobrecito que en lo pasado
me olvidé de vuestro amor y troqué vuestra gracia por míseros deleites!
Conozco el mal hecho, me arrepiento de todo corazón y quisiera morir de
dolor. Ahora, amado Redentor mío, os amo más que a mí mismo y estoy
presto a morir mil veces antes que perder vuestra amistad. Os agradezco
las luces que me habéis dado; Jesús mío, esperanza mía, no me abandonéis
y continuad prestándome vuestra ayuda hasta la muerte.