GLORIA DE SAN JOSÉ EN EL CIELO. (30)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
GLORIA DE SAN JOSÉ EN EL CIELO.
Composición de lugar. Contempla a san José cabe el trono del Altísimo y el de su esposa María, y al Señor que te dice: “Así será glorificado el siervo bueno y fiel que glorificó a su Señor”.
Petición. Glorioso san José, que sois exaltado a tanta gloria para salvar al pueblo escogido, salvadnos.
Punto primero. Gloria de san José en el cuerpo. Es común sentir de los santos padres y doctores católicos, que san José se halla sin duda ninguna en cuerpo y alma en el cielo, dice san Francisco de Sales. ¿Quién podrá con esto no ya comprender sino ni siquiera vislumbrar la gloria del cuerpo glorificado del santo patriarca? ¡Qué brillantes rayos saldrán de sus purísimos ojos! ¡Qué hermoso aparecerá su semblante, tan semejante ya en vida al de Cristo! ¡Qué río de suavidad no saldrá de su boca tantas veces besada por Cristo! ¡Cómo resplandecerán aquellas callosas manos que ganaron el sustento de Cristo, adornadas de riquísimos rubíes y esmeraldas! Sus brazos y su cuello tantas veces santificados por el contacto corporal de Cristo, semejarán dos arcos iris en medio de nubes de gloria. Sus pies, que tanto se fatigaron por salvar a Cristo y buscarle sustento aparecerán asentados en un océano de paz. Sus miradas, al cruzarse con las de Jesús reverberando en María, serán recogidas por el Santo inundándole en un mar de delicias. ¡Qué impresión de ojos en ojos, de corazones en corazones! No los ve al Hijo y a la Madre llorosos y llenos de sobresalto, huyendo de noche a Egipto, sino serenos, alegres y festivos, sentados en un trono de gloria inmortal, a la derecha del eterno Padre, reyes de reyes y señores de los señores, rodeados y adorados en la mansión de paz eterna por las jerarquías celestiales y por todos los justos. Y así como María capitanea el ejército de las vírgenes que siguen al Cordero inmaculado, san José capitanea el de los vírgenes y castos esposos de ambos Testamentos, detrás de María. Mírale al santo viejo como, levantando con sus manos fuertes un cándido estandarte, se gloría en su triunfo dando gloria a Dios, aclamado por salvador de su Salvador por todos los bienaventurados… Asóciate a este gozo y a este triunfo eterno del glorioso Santo bendito, y di con todo tu corazón: Bendición, gloria, loor y alabanza, acción de gracias y paz al que salvó al Salvador del mundo por los siglos de los siglos. Amén. Alcáncenos el Santo bendito formar coro en este escuadrón y cantar este cantar para siempre. Amén.
Punto segundo. Gloria en el alma de san José. La humildad, según el Evangelio, es la medida de la exaltación. ¡Cuán exaltado, pues, ha de estar en el cielo el que con Cristo y María fue el más humillado en este suelo!
Ve ahora claramente, incesantemente, la esencia divina. Ve la inmensidad de aquel Dios que él tuvo niño en sus brazos, y adoró, crío y alimentó.
Ve los tesoros infinitos de gracia y gloria de aquel Niño ¡pobrecito!, que él arrulló en la cueva de Belén.
¡Con qué ímpetu ardoroso ama a aquel Dios que tanto le amó y le honró ya en este mundo!
No por un instante ve cara a cara y ama a su Dios, no por algunos años le abraza y le acaricia, sino eternamente: para siempre, siempre, siempre. ¡Oh ósculo de Cristo Dios!, ¡oh abrazo de Cristo Dios en la gloria con su padre y señor san José!, ¡oh amor eterno de entrambos! ¿Quién os podrá penetrar? ¡Oh amor de Cristo a José!, ¡oh retorno de amor de san José a Cristo! Amábale el Santo como a su Dios, no sólo con amor filial como los otros justos, sino con amor paternal. ¡Quién puede comprender este incomparable amor! Admiremos y meditemos este beso y abrazo amoroso y eterno de Cristo Jesús con su padre adoptivo en la gloria. Él constituye toda su felicidad. ¡Ojalá lo podamos gozar nosotros también con nuestras buenas obras!
Punto tercero. San José, glorificado como jefe de la Sagrada Familia, es sin duda alguna el más inmediato a Jesús y María en la gloria. ¡Cuán feliz eres, devoto josefino, por haber elegido por tu padre y protector en toda tu vida y en especial en este mes, a tan excelso patriarca! ¡Dichoso si sabes aprovecharte de su valimiento! Feliz serás si perseveras en su devoción. El cielo será tu morada eterna: no lo olvides. Tendrás una muerte dichosa si invocas con devoción a san José. ¿Deseas entrar en el paraíso? Atiende bien, y considera quién es el que tiene las llaves. Jesucristo, hijo de san José y de María, es el que tiene las llaves del paraíso, dice el venerable Bernardino de Bustos, pero entregó una de estas llaves a la Virgen María y la otra a san José. Si estás bien con él, ¿cómo te podrán negar la entrada Jesús y María? Las indicaciones de san José tienen para Jesús y María fuerza de mandatos. No desairarán jamás a su padre y señor san José, pues jamás se ha oído ni se oirá decir que ni uno solo de los que han acudido a su protección haya quedado desatendido. ¿Temes tú ser la primera, alma devota de san José? ¡Oh!, no es posible. Confía, invoca, ama, alaba, glorifica y ensalza a san José, y el cielo será tu recompensa eterna. San José, glorioso san José, socorrednos y salvadnos en la hora de la muerte. Amén.
Obsequio. Honraré a san José en todo tiempo y lugar, para que me honre Jesús en el cielo.
Jaculatoria. Glorioso san José, ¿cuándo en el cielo os contemplaré?
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.