Meditación II
De la presentación
de Jesús al templo
Llegado el tiempo en
que María, según la ley, había de ir a purificarse al templo, y presentar Jesús
al Divino Padre, ved que se dirige allá juntamente con José.
Este toma las dos
tortolillas que debían ofrecerle; y María toma su amado Niño, toma el Divino
Corderito para ir a sacrificarle, en señal de aquel gran sacrificio que un día
este mismo Hijo había de consumar sobre la cruz.
Considerad como la
santa Virgen entre ya en el templo: hace la oblación de Jesús por parte del
género humano, y dice: He aquí, o eterno Padre, vuestro amado Unigénito, que es
vuestro Hijo, y también mío; yo os le ofrezco como víctima de vuestra Divina
Justicia para aplacaros con los pecadores. Aceptadla, o Dios de misericordia,
tened piedad de nuestras miserias; por amor de éste Cordero Inmaculado recibid
en vuestra gracia a los hombres”.
Agregase a la
oblación de María la de José; y el santo Niño dice también: “Aquí me tenéis,
Padre mío, a Vos consagro toda mi vida: me habéis enviado al mundo para
salvarlo con mi sangre. Hela, y a mí todo; a Vos me ofrezco por el rescate del
linaje humano.”
Se entregó a sí
mismo por nosotros, ofrenda y hostia a Dios. Ef. 5, 2
Ningún sacrifico fue
jamás tan acepto a Dios, cuanto lo fue este que le hizo entonces su amado Hijo,
víctima y sacerdote desde niño. Si todos los hombres y todos los Ángeles
hubiesen ofrecido sus vidas, no hubiera sido ciertamente su oblación tan
apreciable a Dios como lo fue esta de Jesucristo, pues que en este solo
ofrecimiento al eterno Padre recibió un honor infinito y una satisfacción
infinita. Habiendo pues, Jesús ofrecido la vida al Eterno Padre por nuestro
amor, justo es que nosotros le ofrezcamos también la nuestra, y todo lo que
somos. Esto es lo que él mismo desea, como significó a la beata Ángela de
Foligno diciéndole: “Yo me he ofrecido por ti, a fin de que tú te ofrezcas por
mí”.
Afectos y súplicas.
Eterno Padre, yo
miserable pecador, reo de mil infiernos, hoy me presento a Vos. Dios de
infinita majestad, y os ofrezco mi pobre corazón; pero ¡Oh, Señor! ¿Qué corazón
os ofrezco? Uno, que no ha sabido amaros, antes bien os ha ofendido tanto, y os
ha hecho traición tantas veces; pero ahora os lo ofrezco arrepentido, y
resuelto de volver a amaros a toda costa y obedeceros en todo.
, y atraedme todo a
vuestro amor. Yo no merezco ser escuchado, más bien lo merece vuestro Hijo,
quién aún niño se ofrece a Vos en sacrificio por mi salvación.
Este Hijo y su
sacrificio por mi salvación. Este Hijo y su sacrificio os ofrezco, y en él
pongo todas mis esperanzas. Os doy gracias, Padre mío, porque le habéis enviado
a la tierra a sacrificarse por mí.
Os doy gracias, o
Verbo encarnado, Cordero Divino que os ofrecisteis a la muerte por mi alma. Os
amo, carísimo Redentor, y sólo a Vos quiero amar, ya que fuera de Vos no hallo
quién por salvarme haya ofrecido y sacrificado su vida.
Me hace llorar al
ver que con los demás he sido agradecido, y solo con Vos he sido ingrato; pero
Vos no queréis mi muerte, sino que me convierta y viva. Sí, Jesús mío, a Vos
vuelvo, y me arrepiento con todo el corazón de haberos ofendido, y de haber
ofendido a un Dios que se ha sacrificado por mí.
Dadme la vida; ella
la empleará en amaros a Vos, sumo bien: haced que os ame y nada más os pido.
María, madre mía,
Vos ofrecisteis entonces en el templo a este Hijo también por mí. Volvedle a
ofrecer ahora, y rogad al eterno Padre que por el amor de Jesús me acepte por
suyo.
Y Vos, Reina mía,
recibidme por Hijo vuestro y perpetuo siervo. Si yo soy vuestro siervo, lo seré
igualmente de vuestro Hijo.