La abominación desoladora en el lugar santo son el pecado y la relajación en las comunidades
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Dice hoy Jesucristo en el evangelio que cuando se establezca la abominación desoladora en el lugar santo, los que moren en Judea huyan a los montes (1).
Nadie puede poner en duda que las comunidades sean lugar santo, y es legitimo asegurar de aquellas en que se sirve fielmente a Dios lo que Jacob dice en el Génesis: que allí el Señor mora verdaderamente, y que son casa de Dios y puerta del cielo (2).
Efectivamente: si se considera su institución y su fin, puede aplicarse a la comunidad lo que se afirma del templo construido por Salomón: Dios ha escogido para Sí esta morada y la ha santificado, a fin de que su Nombre sea bendecido en ella por siempre (3).
En las comunidades se invoca a Dios con frecuencia, y los que en ellas viven, sólo allí permanecen o deben permanecer congregados, para procurar su salvación mediante la santificación de sus almas. Precisamente gracias a eso se convierte la comunidad en puerta del cielo, pues pone en el camino que al cielo conduce y prepara para entrar en él.
Tal es el primer fin que debisteis pretender cuando ingresasteis en la comunidad, y el que en ella debe manteneros. Para eso dejasteis el mundo y os sujetáis ahora a tanta diversidad de ejercicios piadosos. ¡Cuán poco juiciosos os habríais mostrado si hubieseis venido a ella con otro intento; pues, según dice el Real Profeta: Es muy conveniente, y hasta justo, que la santidad se halle en la casa del Señor (4). Como Dios es infinitamente santo, está muy puesto en razón que quienes habitan en ella sean santos y participen de la santidad de Dios.
¿Habéis venido a esta casa como a la casa del Señor? Al ingresar en ella ¿lo hicisteis con el fin de santificaros? Vuestro principal empeño ¿es tomar en ella los medios para llegar a santos? Ponderad a menudo lo que escribe san Euquerio, obispo de Lión: que " la permanencia en alguna morada santa es fuente, o de suprema perfección, o de absoluta condenación ".
Con razón podría aplicarse a algunos que viven en comunidad lo que, al entrar en el Templo, dijo Jesucristo a quienes en él vendían y compraban: Mi casa es casa de oración, mas vosotros la tenéis convertida en cueva de ladrones (5). Porque, habiendo debido venir sólo a ella para dedicarse a la oración y demás ejercicios piadosos, descuidan todas esas acciones santas; permiten a las cosas exteriores y profanas que ocupen su mente; toman el espíritu del mundo; caen pronto en la relajación, y tras ella, muchas veces, si no cambian de conducta, en pecados considerables.
De ellos puede afirmarse que introducen la abominación desoladora en el lugar santo. ¿No son, acaso, abominación el desconcierto y el pecado en casas donde sólo debiera imperar el Espíritu de Dios? Y cuando personas que no debían respirar mas que a Dios ni pensar sino en agradarle por haberse consagrado a su servicio; descuidan éste, o en absoluto renuncian a él por tedio o para dar gusto a sus inclinaciones y aun a sus pasiones desordenadas; ¿qué desolación no introducen entonces en las comunidades, puesto que allí donde Dios falta, es imposible que reinen la unión y la paz?
Los que así proceden son propiamente ladrones, según se expresa el Señor en el evangelio; pues roban el pan que comen y ocupan el lugar de otros que vivirían según el espíritu y las reglas de la comunidad.
Guardaos de incurrir en tal desdicha.
Pese al relajamiento de ciertas comunidades, Dios cuenta siempre en ellas con algunos servidores fieles que conservan el espíritu: se reserva siempre algunos en ellas que no doblan la rodilla delante de Baal, como le dijo a Elías (6). Es decir, que se ponen en guardia contra el espíritu del mundo y observan lo mejor que pueden las reglas y prácticas de su comunidad.
Estos mantienen todavía en ella el temor del Señor, y son causa de que Dios no la destruya como destruyó a Sodoma y Gomorra, que habrían evitado los terribles efectos de su ira si, como aseguró Dios a Abrahán, se hubieran hallado en ella diez justos (7).
A ellos dice Jesucristo en el evangelio de hoy que huyan a los montes; esto es, que se alejen de la compañía de los otros, para no participar de sus desórdenes y para no contaminarse con sus malos ejemplos. Es necesario también que se eleven hasta Dios por la oración.
Pedidle que mantenga siempre su Espíritu Santo en vuestra comunidad, y suplicadle a menudo con David: No nos arrojes, Dios mío, de tu presencia ni retires de nosotros tu Santo Espíritu (8).