MEDITACIÓN PARA LA VIGILIA DE LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
San Juan Bautista de la Salle
De
lo que ha de pedirse a Dios en la Oración
En
el evangelio que se lee este día y en lo restante del mismo capítulo, donde se
incluye la oración que dirige a su Padre en favor de sus santos Apóstoles; nos
da a entender Jesucristo las cosas que debemos pedir a Dios.
No
impetra para ellos cosas humanas ni temporales, porque no había venido al mundo
para procurárselas a los hombres, y porque, reconociendo que es su Eterno Padre
quien le ha deparado sus Discípulos, que a El le pertenecen y que incluso es El
quien los ha destinado a predicar el Evangelio y a trabajar en la salvación de
las almas; no debe pedir por ellos a su Padre otras cosas sino las que puedan
contribuir al fin para el que fueron por Él elegidos. Ésa es la razón de que
Jesucristo implore del Padre Eterno, particularmente, tres cosas en su plegaria:
Primera,
el alejamiento del pecado, con las siguientes palabras: Presérvalos del mal
(1).
Lo
mismo debéis solicitar, en primer término, también vosotros de Dios hasta
conseguirlo: tal horror de cuanto se asemeje a la culpa, que os abstengáis,
como quiere san Pablo, de cuanto tiene aun sombra y apariencia de mal (2). Y,
como ése es un bien que no podéis alcanzar por vosotros mismos, importa mucho
que solicitéis de continuo la ayuda de Dios para alcanzarlo.
Pedidle,
pues, insistentemente que nada os torne desagradables a sus ojos, ya que estáis
obligados a inspirar su amor en los corazones de aquellos que educáis.
¿Lo
hacéis así? ¿Es eso lo que reclamáis de Dios en las plegarias que le
dirigís?
Lo
que, en segundo lugar, pide Jesucristo al Eterno Padre por los santos Apóstoles
en esta oración, es que los santifique en la verdad (3); o sea, que no sólo
los santifique con santidad exterior, semejante a la exigida en la antigua Ley;
sino que purifique sus corazones y los santifique con la gracia y la
comunicación de la santidad divina que se halla en Jesucristo, y de la cual han
de hacerse ellos partícipes, para poder contribuir a la antificación de los
otros.
Añade
Jesucristo que " con ese fin se ofrece Él al Padre y quiere sacrificarse
por la muerte que va a padecer en la cruz " (4).
Ya
que fuisteis elegidos para procurar en vuestro estado la santificación de los
alumnos, tenéis que ser santos vosotros con santidad no común; puesto que a
vosotros corresponde comunicarles a ellos la santidad, tanto por el buen
ejemplo, como por las palabras de salvación que debéis anunciarles todos los
días.
La
aplicación interna a la oración, la afición a los ejercicios piadosos, la
fidelidad en dedicaros a ellos y en amoldaros a todas las prácticas de
comunidad, os ayudarán particularmente a adquirir esa santidad y perfección,
que desea ver Dios en vosotros.
Pedídsela
todos los días con insistencia, y tomadlo tan a pechos, que no os canséis de
impetrarla hasta que la hayáis conseguido.
Lo
tercero que Jesucristo pide al Eterno Padre para sus santos Apóstoles, en su
oración del evangelio de este día, es unión muy estrecha de ellos entre sí:
unión tan íntima y estable, que desea Él " se asemeje a la que existe
entre las tres divinas Personas " (5); no en todo, puesto que las tres
tienen una sola esencia; mas sí por participación, y de tal manera, que la
unión de espíritu y corazón que Jesucristo ansía entre los Apóstoles,
produzca el mismo efecto que la unión esencial existente entre el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, a saber, que todos ellos tengan unos para con otros
el mismo sentir y el mismo querer; las mismas aficiones las mismas máximas e
idéntica conducta.
Eso
recomienda san Pablo a los fieles en sus cartas (6). Eso es también lo que más
descolló entre los santos Apóstoles y en los primeros discípulos de
Jesucristo, según refiere san Lucas en los Hechos de los Apóstoles: Tenían
todos, dice, un solo corazón y una sola alma (7)
Habiéndoos
llamado Dios por su gracia a vivir en comunidad, no hay cosa que debáis pedirle
con mayor insistencia que esa unión de corazón y de espíritu con vuestros
Hermanos, porque sólo mediante tal unión conseguiréis la paz, en la que ha de
consistir toda la felicidad de vuestra vida.
Instad,
pues, al Dios de los corazones que del vuestro y del de vuestros Hermanos, forme
uno solo en el de Jesús.