Te bendecimos, Altísimo Dios y Señor de misericordia, que siempre realizas por nosotros grandes e inefables obras, gloriosas y extraordinarias, que son sin número; que nos has dado el sueño para nuestro descanso y restauración de nuestra debilidad, y para reposo de nuestra fatigada carne. Te damos gracias pues no nos has destruido por nuestras iniquidades, sino que has mostrado tu inmerecido amor a los hombres; y que, a pesar de hallarnos postrados en la desesperación, nos has levantado para glorificar tu señorío. Por ello suplicamos a tu incomparable bondad: ilumina la mirada de nuestro entendimiento y eleva nuestra mente del pesado sueño de la pereza. Abre nuestros labios y llénalos de tu alabanza, para que seamos capaces, sin distracción, de cantarte y darte gracias, a ti, que eres glorificado en todo y por todos, Padre sin origen, con tu Hijo unigénito y tu Santísimo Espíritu bueno y vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Gloriosísima Siempre Virgen, Madre de Cristo, Dios nuestro, presenta nuestras súplicas a tu Hijo, nuestro Dios, a fin de que por ti sean salvadas nuestras almas. El Padre es mi esperanza, el Hijo mi refugio, el Espíritu Santo mi protección. Santísima Trinidad, gloria a ti. A ti encomiendo todas mis esperanzas, oh Madre de Dios, guárdame bajo tu protección. Verdaderamente es digno bendecirte, oh progenitora de Dios, siempre bienaventurada y purísima Madre de nuestro Dios. Tú eres más venerable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Serafines, a ti que sin mancha diste a luz al Verbo de Dios y que verdaderamente eres la Madre de Dios, te celebramos.