2. Inmenso amor a nosotros. Toda la vida de Cristo, al menos como lo
vemos en su vida pública, no tiene más que una finalidad: hacer el bien a
los hombres. Para ellos dejó a su Madre, abandonó su casita, vivió
errante. Sus días eran un afanarse de la mañana a la noche para darles
su verdad, disipar sus errores, revelarles la vida verdadera, el Eu
Angellion, a los enfermos la salud, a los pecadores el perdón, a
nosotros, los que habíamos de venir, la confianza y la certeza de su
amor. En las noches una plegaria ferviente, por nosotros: Descendit de
coelis, Propter nos homines et propter nostram salutem.
Y estos sentimientos ¡cómo se agigantan en los últimos momentos que transcurrió con nosotros!
A sus apóstoles los enseña, los previene y luego los defiende: Si me buscáis a mí, dejad ir libres a éstos.
Judas lo ha vendido, pero en la mesa lava sus pies, y ¡con qué fervor los lavaría! Y ¡de qué gracias interiores no iría acompañado ese acto! Lo viene a prender y le dice aun una última palabra de gracia: ¡Amigo!
Pedro lo va a traicionar: se lo previene. Al salir fuera del atrio del pretorio, lo miró con una mirada que arrancó lágrimas que comenzaron a manar de sus ojos y no cesaron de salir mientras vivió: Cepit flere.
Malco, sirviente de uno de los sacerdotes, viene con malas intenciones, pretende apresarlo y con él realiza un último milagro: sanar su oreja que acaba de cortar Pedro. Su poder está intacto, pero ahora como siempre no hará un acto en defensa propia, lo empleará íntegro para servir a los demás.
Pilato lo juzga con iniquidad, lo manda azotar y ¡todavía oye de Él casi una palabra de excusa!: Mayor culpa tienen los que a ti me han entregado... La turba vocifera y sus palabras no son pidiendo venganza, sino: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Dos ladrones lo rodean, uno se vuelve a Él e inmediatamente oye de sus labios: Hoy estarás conmigo.
Momentos después habrá muerto; su pecho será atravesado por una lanza y el soldado que lo abrió, dice la tradición, recibirá la vida del alma, la santidad: lo veneramos en los altares y todos nosotros recibimos el agua y la sangre que purifican, y un refugio en su Corazón abierto para que puedan acudir todos los que sufren congojas y dolores.
En sus años de predicación había dicho: Jerusalén, Jerusalén, que apedreas a los profetas ¡cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una gallina a sus polluelos!, y ahora lo está realizando hasta el fin... a todos los que a Él acuden y aun a los que lo persiguen cobija con su amor y su plegaria.
Pero en ninguna parte, tal vez, se manifiesta tan patente este amor como en su última plegaria: está toda ella impregnada de solicitud por nosotros: (14, 2) No se turbe vuestro corazón... En la casa de mi Padre, hay muchas moradas. Yo voy a preparar lugar para vosotros; y cuando habré ido y os habré preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros...
(13) Quien cree en mí, ése hará también las obras que yo hago; y las hará todavía mayores... Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, yo os lo haré... Si algo pidiereis en mi nombre yo lo haré.
Al modo que mi Padre me amó, así os he amado yo. Perseverad en mi amor... Pediréis al Padre en mi nombre y no os digo que yo rogaré a mi Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama... Estas cosas os he dicho con el fin de que halléis en mí la paz. En el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza: yo he vencido al mundo.
(17, 9) Por ellos ruego yo. No ruego por el mundo, sino por éstos que me diste, porque tuyos son. ¡Oh, Padre Santo! guarda en tu nombre a éstos que tú me has dado, a fin de que sean uno así como nosotros lo somos. Mientras estaba yo con ellos, yo los defendía en tu nombre. He guardado a los que tú me diste y ninguno se ha perdido, sino el hijo de la perdición... Mas ahora vengo a ti: y digo esto en el mundo a fin de que ellos tengan en sí mismos el gozo cumplido que tengo yo... No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal... Santifícalos en la verdad. La palabra tuya es la verdad. Así como tú me has enviado al mundo, así yo los he enviado a ellos al mundo...
Pero ruego no solamente por éstos, sino también por aquellos que han de creer en Mí por medio de su predicación, para que todos sean uno y que como tú, ¡Oh Padre! estás en mí y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros, para que crea el mundo que tú me has enviado...
¡Oh Padre! Yo deseo que aquellos que tú me has dado, estén conmigo allí mismo donde yo estoy, para que contemplen mi gloria que tú me has dado; porque tú me amaste desde antes de la creación del mundo...
En esta plegaria hay dos sentimientos que animan sobre todo el corazón de Cristo: uno, el deseo de que sus Apóstoles y todos los que por ellos han de creer sean santificados en la unidad; y el otro, el propósito de estar con ellos hasta el fin de los siglos. En medio de todos sus dolores debía estar presente en el Corazón de Jesús este motivo poderoso que lo animaba al sacrificio.
La caridad siempre la predicó Jesús. El mandamiento del amor igual al primero de amar a Dios.
El prójimo es todo hombre que encuentro, por más extraño que me parezca, y a él he de servir y por él he de sacrificarme; el día del juicio será sobre la caridad que seremos juzgados... y sus obras con toda clase de pobres, dolientes, enfermos, con los niños y con los pecadores fue un mensaje de redención para todos los que sufren: Venid a mí que yo los aliviaré.
En los últimos momentos esta gran preocupación característica de su Corazón se revela con inmensa claridad: Un nuevo mandamiento os doy (33-35).
El precepto mío es que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros. Pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando... Ya no os llamaré siervos, pues el siervo no sabe lo que hace su amo. Más a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho saber cuántas cosas oí de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os ha elegido a vosotros y destinado para que vayáis, y hagáis fruto, y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquier cosa que pidiereis al Padre en mi nombre os la conceda. Lo que os mando es que os améis unos a otros.
Y en su oración sacerdotal vuelve a la misma idea. "Yo estoy en ellos y tú estás en Mí; a fin de que sean consumados en la unidad" (17, 23).
Y estos sentimientos ¡cómo se agigantan en los últimos momentos que transcurrió con nosotros!
A sus apóstoles los enseña, los previene y luego los defiende: Si me buscáis a mí, dejad ir libres a éstos.
Judas lo ha vendido, pero en la mesa lava sus pies, y ¡con qué fervor los lavaría! Y ¡de qué gracias interiores no iría acompañado ese acto! Lo viene a prender y le dice aun una última palabra de gracia: ¡Amigo!
Pedro lo va a traicionar: se lo previene. Al salir fuera del atrio del pretorio, lo miró con una mirada que arrancó lágrimas que comenzaron a manar de sus ojos y no cesaron de salir mientras vivió: Cepit flere.
Malco, sirviente de uno de los sacerdotes, viene con malas intenciones, pretende apresarlo y con él realiza un último milagro: sanar su oreja que acaba de cortar Pedro. Su poder está intacto, pero ahora como siempre no hará un acto en defensa propia, lo empleará íntegro para servir a los demás.
Pilato lo juzga con iniquidad, lo manda azotar y ¡todavía oye de Él casi una palabra de excusa!: Mayor culpa tienen los que a ti me han entregado... La turba vocifera y sus palabras no son pidiendo venganza, sino: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Dos ladrones lo rodean, uno se vuelve a Él e inmediatamente oye de sus labios: Hoy estarás conmigo.
Momentos después habrá muerto; su pecho será atravesado por una lanza y el soldado que lo abrió, dice la tradición, recibirá la vida del alma, la santidad: lo veneramos en los altares y todos nosotros recibimos el agua y la sangre que purifican, y un refugio en su Corazón abierto para que puedan acudir todos los que sufren congojas y dolores.
En sus años de predicación había dicho: Jerusalén, Jerusalén, que apedreas a los profetas ¡cuántas veces he querido recoger a tus hijos como una gallina a sus polluelos!, y ahora lo está realizando hasta el fin... a todos los que a Él acuden y aun a los que lo persiguen cobija con su amor y su plegaria.
Pero en ninguna parte, tal vez, se manifiesta tan patente este amor como en su última plegaria: está toda ella impregnada de solicitud por nosotros: (14, 2) No se turbe vuestro corazón... En la casa de mi Padre, hay muchas moradas. Yo voy a preparar lugar para vosotros; y cuando habré ido y os habré preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros...
(13) Quien cree en mí, ése hará también las obras que yo hago; y las hará todavía mayores... Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, yo os lo haré... Si algo pidiereis en mi nombre yo lo haré.
Al modo que mi Padre me amó, así os he amado yo. Perseverad en mi amor... Pediréis al Padre en mi nombre y no os digo que yo rogaré a mi Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama... Estas cosas os he dicho con el fin de que halléis en mí la paz. En el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza: yo he vencido al mundo.
(17, 9) Por ellos ruego yo. No ruego por el mundo, sino por éstos que me diste, porque tuyos son. ¡Oh, Padre Santo! guarda en tu nombre a éstos que tú me has dado, a fin de que sean uno así como nosotros lo somos. Mientras estaba yo con ellos, yo los defendía en tu nombre. He guardado a los que tú me diste y ninguno se ha perdido, sino el hijo de la perdición... Mas ahora vengo a ti: y digo esto en el mundo a fin de que ellos tengan en sí mismos el gozo cumplido que tengo yo... No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal... Santifícalos en la verdad. La palabra tuya es la verdad. Así como tú me has enviado al mundo, así yo los he enviado a ellos al mundo...
Pero ruego no solamente por éstos, sino también por aquellos que han de creer en Mí por medio de su predicación, para que todos sean uno y que como tú, ¡Oh Padre! estás en mí y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros, para que crea el mundo que tú me has enviado...
¡Oh Padre! Yo deseo que aquellos que tú me has dado, estén conmigo allí mismo donde yo estoy, para que contemplen mi gloria que tú me has dado; porque tú me amaste desde antes de la creación del mundo...
En esta plegaria hay dos sentimientos que animan sobre todo el corazón de Cristo: uno, el deseo de que sus Apóstoles y todos los que por ellos han de creer sean santificados en la unidad; y el otro, el propósito de estar con ellos hasta el fin de los siglos. En medio de todos sus dolores debía estar presente en el Corazón de Jesús este motivo poderoso que lo animaba al sacrificio.
La caridad siempre la predicó Jesús. El mandamiento del amor igual al primero de amar a Dios.
El prójimo es todo hombre que encuentro, por más extraño que me parezca, y a él he de servir y por él he de sacrificarme; el día del juicio será sobre la caridad que seremos juzgados... y sus obras con toda clase de pobres, dolientes, enfermos, con los niños y con los pecadores fue un mensaje de redención para todos los que sufren: Venid a mí que yo los aliviaré.
En los últimos momentos esta gran preocupación característica de su Corazón se revela con inmensa claridad: Un nuevo mandamiento os doy (33-35).
El precepto mío es que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros. Pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando... Ya no os llamaré siervos, pues el siervo no sabe lo que hace su amo. Más a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho saber cuántas cosas oí de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os ha elegido a vosotros y destinado para que vayáis, y hagáis fruto, y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquier cosa que pidiereis al Padre en mi nombre os la conceda. Lo que os mando es que os améis unos a otros.
Y en su oración sacerdotal vuelve a la misma idea. "Yo estoy en ellos y tú estás en Mí; a fin de que sean consumados en la unidad" (17, 23).