domingo, 15 de enero de 2017

SE NOS MANIFESTÓ POR MEDIO DE MILAGROS. San Carlos Borromeo



Comentario al Evangelio

II DOMINGO DESPUES DE EPIFANIA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

El milagro. Si la aurora de Cristo, cuando reflejó sus primeras luces, dejó estupefactos a las doctores en el templo, ¿Cuál no sería la gloria de su manifestación en el momento en que se dedicó a llevar a cabo la obra para la que bajó desde el cielo? Mas ¿qué medios escogería para demostrarse?
De muchas maneras fue anunciado Cristo. Manifestáronle los ángeles cantando el Gloria in excelsis; manifestáronle las estrellas que atrajeron a los Magos; lo mostró Juan, presentándole al pueblo y el mismo Padre en el día del bautismo habló de Él. Pero ¿cómo se nos presenta y manifiesta por sí mismo? Por medio de los milagros, que nos dio como prueba.
Vamos a presentar el primero. Roguémosle antes que nos manifieste en él bien clara su gloria, para que creamos firmemente.
La aldea de Caná: la humildad. Escogió para su primer milagro una aldehuela oscura, bien lejos del esplendor de la capital. “¡Oh felices los pobres, y como os amó Cristo Rey, compañero y amigo vuestro! Apenas si ha nacido y ya se anuncia a unos pastores, entre otros motivos porque ha venido para evangelizar a los pobres. ¡Oh feliz pobreza, y que grata eres a Dios! ¡Oh altísima y riquísima pobreza, heredera del gran reino de os cielos! Dios no excluye a nadie de su gracia, pero se liga con un vínculo especial, como de parentesco, con los pobres, a quienes por eso prefirió siempre a los ricos y demostró como aprecia lo que nosotros despreciamos”
Las bodas y en matrimonio cristiano. ¿Quién se imagina que Dios había de inaugurar su vida pública asistiendo a unas bodas? La Sabiduría infinita conocía muy bien como habían los hombres de corromper el matrimonio y quiso demostrar su santidad.
                                                                                                                                     Extractado de un sermón de San Carlos Borromeo
Transcripto por Dña. Ana María Galvez