viernes, 29 de abril de 2016

LIBERTAD, CONCIENCIA, LEY NATURAL. Reflexión diaria del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 138-143)


LIBERTAD, CONCIENCIA, LEY NATURAL
Reflexión diaria del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 138-143)
A continuación, puntos importantísimos de doctrina sobre la libertad, la conciencia, la ley natural, que hoy tristemente no están de moda, pero sin los cuales no se puede “ayudar” a al hombre de hoy a ser “libre” en la responsabilidad de lo que ha recibido.
Solo cuando en el ejercicio de la libertad el hombre obedece a la verdad, se puede decir que realiza actos moralmente buenos que edifican su persona y la sociedad. Por tanto, la verdad es anterior a la libertad. “La verdad os hará libres.”
La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en modo práctico y concreto en el juicio de la conciencia, que lleva a asumir la responsabilidad del bien cumplido o del mal cometido. En el juicio práctico de la conciencia se manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad.  La conciencia se expresa con actos de “juicio”, que reflejan la verdad sobre el bien, y no como “decisiones” arbitrarias. La madurez y responsabilidad de estos juicios se demuestran con una apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en el obrar.
El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral natural, de carácter universal, que precede y aúna todos los derechos y deberes. La ley natural es la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Esta luz o esta ley Dios la ha donado a la creación y consiste en la participación en su ley eterna, la cual se identifica con Dios mismo. Esta ley se llama natural porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana. Es universal porque se extiende a todos los hombres en cuanto establecida por la razón. En sus preceptos principales, la ley divina y natural está expuesta en el Decálogo e indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. Se sustenta en la tendencia y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, y en el sentido de igualdad de los seres humanos entre sí. La ley natural expresa la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de sus deberes fundamentales.
En la diversidad de las culturas, la ley natural une a los hombres entre sí, imponiendo principios comunes, aunque su aplicación requiera adaptaciones a la multiplicidad de las circunstancias. La ley natural es inmutable, no cambia, y aunque se llegue a renegar de sus principios, resurge siempre de un modo u otro.
Sus preceptos, sin embargo, no son siempre percibidos por todos con claridad e inmediatez. Las verdades religiosas y morales pueden ser conocidas de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error, sólo con la ayuda de la Gracia y de la Revelación. La ley natural ofrece un fundamento preparado por Dios a la ley revelada y a la Gracia, en plena armonía con la obra del Espíritu.
La ley natural, que es ley de Dios, no puede ser cancelada por la maldad humana y ha de ser el fundamento de las leyes civiles en las que se sustenta cualquier sociedad que quiere realmente ser lugar de comunión y convivencia entre sus miembros. El fundamento de una ley no puede estar en una “mayoría” arbitraria.
Por el pecado original, la libertad está misteriosamente inclinada a traicionar la apertura a la verdad y al bien y con demasiada frecuencia prefiere el mal y la cerrazón egoísta. La libertad del hombre, por tanto, necesita ser liberada. Cristo Resucitado libera al hombre del amor desordenado de sí mismo, que es fuente del desprecio al prójimo y de las relaciones caracterizadas por el dominio sobre el otro; Él revela que la libertad se realiza en el don de uno mismo. Con su sacrificio en la cruz, Jesús reintegra el hombre a la comunión con Dios y con sus semejantes.