“PERDONAR LAS OFENSAS”. Homilía
del Viernes Santo 2016
Iglesia del Salvador de Toledo – ESPAÑA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
“El fue herido por nuestras
transgresiones,
molido por nuestras iniquidades.
El castigo, por nuestra paz, cayó sobre
El,
y por sus heridas hemos sido sanados.”
Is 53, 5
Acabamos de
escuchar nuevamente el relato de la Pasión y Muerte del Señor. En nuestro
corazón han de haber brotado sentimientos de compasión ante la frivolidad,
maldad y crueldad con la que fue tratado nuestro Señor Jesucristo, pero sobre
todo el recordar la pasión y muerte del Señor ha de llevarnos a la compunción y contrición
pues todo ello fue por nuestra causa, por nuestra culpa, por nuestros pecados:
Enseña el Catecismo romano: “Son
nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el
suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y
en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a
pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en
este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del
apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor
de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de
conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún
modo sobre Él nuestras manos criminales» (Catecismo Romano, 1, 5, 11).
Sí, Jesús
mío, yo he sido el que te he llevado a la cruz, yo el que provoqué tu muerte. Como
Judas sé que por mis traiciones y debilidades mi paga es el infierno, sé que
merezco la condenación, pero no quiero desesperar pues “tú no quieres la muerte
del pecador sino que se convierta y viva” y “Tú eres el Dios misericordioso y
compasivo, siempre dispuesto al perdón”; por ello al contemplarte lleno de amor
en la cruz, como el buen ladrón arrepentido pido clemencia y misericordia:
Jesús, acuérdate de mí. Como la Iglesia pide en la liturgia de este día: haznos
sentir el efecto de tu misericordia para que destruido en nosotros el error del
hombre viejo, nos concedas la gracia de resucitar gloriosamente junto contigo.
Queridos
hermanos: la hora de la cruz es la hora de la misericordia donde está llega a
su expresión única e insuperable. Dios mismo se ofrece en sacrificio por el
mismo pecado, él carga la culpa de los pecadores, él mismo Dios se hace reo y el mismo se pone
en nuestro lugar. Hora de misericordia en la que el Dios ofendido ocupa el
lugar del culpable. Hora de misericordia y clemencia donde el Dios Justo
tratado injustamente por la maldad del hombre asume la muerte que merecía el
pecador. Hora de misericordia en la que admirados y eternamente agradecidos
hemos de cantar y dar gracias por las
misericordias del Señor en su Pasión y muerte.
Sí, Dad
gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque Él aceptó hacerse hombre para morir por nosotros en la cruz y
saldar la deuda de nuestros pecados, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque Él, la misma Justicia, se dejó ser juzgado por las autoridades
humanas y ser ejecutado como el peor de
los criminales, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque Él aceptó ser pospuesto a Barrabás, porque es eterna su
misericordia.
Dad gracias
al Señor porque detenido como un bandido y maltratado quiso recibir sobre sí
bofetadas, salivazos, golpes, soportó la flagelación, las burlas y
los insultos de aquella tropa ebria y ansiosa de diversión, y todo ello, porque
es eterna su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque toda su Pasión fue una práctica constante de compasión
enseñando con su ejemplo y palabras a los hombres ignorantes, consolando al
triste en aquellas mujeres que se lamentaban por él y dándole un verdadero
consejo de amigo: “Llorad mejor por vosotras y vuestros hijos”; y, todo ello,
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque en la hora de la cruz no le fue suficiente con derramar hasta
su última gota de sangre sino que quiso desprenderse de lo que más amaba en
esta tierra, Su Madre Inmaculada, María, y entregarla a su discípulo, y todo,
porque eterna es su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque quiso ser crucificado entre dos ladrones, dando la vida eterna
al bandido arrepentido, porque es eterna su misericordia.
Dad gracias
al Señor porque en la cruz intercedió
por aquellos mismos que le daban muerte y aquellos éramos nosotros. Una muestra más de misericordia, una lección
inexcusable para nosotros. Sí, dad gracias al Señor, dad gracias porque eterna
es su misericordia.
Esta tarde,
es la tarde de la cruz. Y en ella se nos muestra la misericordia pues Jesús pide
el perdón y excusa a sus mismos asesinos.
Excusa de culpa por ignorancia a los que
habían escuchado su predicación y lo habían visto hacer milagros: “Si no
me creéis a mí, creed a las obras que hago, pues mi obras no son mías”. Una
muestra de misericordia porque aquellos que excusa de culpa son los que le
buscaban para prenderle. Aquellos eran
lo que intentaron eliminarlo y darle muerte, porque su vida era molesta y
denunciaba sus maldades, y buscan un traidor y ponen precio al que es la misma
Vida. Aquellos que él excusa por ignorantes son los que afirman “Conviene que
muera uno por el pueblo”. Los mismos que afirmaron “Su sangre caiga sobre
nosotros”. Y Jesús, pide el perdón para ellos… ¡Qué insondable es el amor de
Dios! ¡Qué asombroso! ¡Qué anchura, que longitud, que altura, que profundidad
el amor de Cristo!
Esta tarde,
es la tarde de la cruz y ella tenemos una
lección inexcusable para aquellos que nos llamamos cristianos, pues como el
Señor pidió el perdón y excusó ante su Padre a sus verdugos, así también nosotros
hemos de pedir el perdón y excusar a los que nos hacen daño, nos hacen sufrir,
nos deprecian o nos ofenden… El cristiano ha de rezar como su Maestro por sus
enemigos: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.
El perdón a
los enemigos es la mejor respuesta al mismo perdón que nosotros recibimos de
Dios. El perdón a los enemigos es la mayor expresión del mandamiento nuevo:
Amaos como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos.
Ojalá como
San Pablo también nosotros podamos decir: “cuando nos ultrajan, bendecimos;
cuando somos perseguidos, lo soportamos; cuando nos difaman, tratamos de
reconciliar” y todo ello por Amor. Así, como Jesús seremos rostro de la
misericordia del Padre. Así seremos apóstoles de la misericordia.
Así lo
pedimos. Que así sea.