Homilía de maitines
VIERNES DE LA IV SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA DE SAN AGUSTIN, OBISPO
Tratado 49 sobre San Juan, después del
principio
Recordareis
que según indiqué en el anterior sermón, el Señor huyó de las manos de aquellos
que querían apedrearle, y partió a la otra parte del Jordán, en donde Juan bautizaba. Mientras estaba allí, Lázaro
enfermo en Betania, que era un lugar cercano a Jerusalén. “María era aquella
que había ungido al Señor con un perfume y limpiado sus pies con sus cabellos.
Lázaro, que entonces estaba enfermo, era hermano suyo. Sus hermanas mandaron
enviados a Jesús”. Ya comprendemos a donde los enviaron; al lugar donde estaba Jesús,
puesto que estaba ausente; a saber: en la otra parte del Jordán. Enviaron
quienes comunicaran al Señor que estaba enfermo su hermano, a fin de que se
dignase venir a para librarle de la enfermedad. Mas él difirió venir a curarle,
a fin de poderle resucitar.
¿Qué
le anunciaron las hermanas de Lázaro? “Señor, he aquí que aquel a quien amas, está
enfermo”. No dijeron: Ven. Al que ama, basta anunciarle la enfermedad. No se
atrevieron a decir: Ven a curarle; no se atrevieron a decir: Manda y se hará.
¿Por qué no le dirigen esta súplica que valió elogios a la fe del centurión?
Este dijo “No soy digno de que entres en mi casa; pero di una sola palabra, y
quedará curado mi siervo.” Nada de eso dijeron ellas; sino tan solo: “Señor, he
ahí que aquel a quien amas está enfermo”. Es suficiente que lo sepáis; puesto
que no podéis abandonar a los que amáis.
Dirá
alguno: ¿Cómo puede ser que por Lázaro fuese figurado el pecador, si era tan
amado de Cristo? Que atienda el que tal dice a las palabras de Cristo cuando
afirmaba “No he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores.” Si Dios no
amara a los pecadores, no hubiera descendido del cielo a la tierra. “Oyéndoles Jesús
les dijo: Esta enfermedad no se ordena a la muerte, sino que esta ordenada para
la gloria de Dios, a fin de que por ella el Hijo de Dios sea glorificado.” Esta
glorificación de Jesús no fue para aumentarle la gloria, sino para provecho
nuestro. Dijo, pues: “No se ordena a la muerte”, supuesto que la misma muerte
de Lázaro no se ordenaba a la muerte, sino más bien a la realización de un
milagro, en vista del cual los hombres creyeran en Cristo, y así evitaran la
muerte. Y ahora fijémonos en que nuestro Señor dio una prueba contra los que
niegan que el Hijo sea Dios.
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Galvez