HOMILÍA JUEVES SANTO
2016
Iglesia
del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Santa
Misa in Coena Domini
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque
es eterna su misericordia.
Guío a Israel por el desierto,
porque es eterna su misercordia.
El da alimento a todo viviente
porque es eterna su misercordia.” (Sal 135)
Estos
versículos son tomados del salmo que los
judíos cantaban después de la cena ritual de la Pascua, que Jesús mismo recitó en esta
tarde junto con los apóstoles antes de salir al huerto de los Olivos. Un himno de acción de gracias a Dios por las
maravillas que obró en favor de su pueblo, que en este Año de la Misericordia
puede ayudarnos a contemplar el misterio que hoy celebramos.
Dios
es misericordioso y la primera misericordia de Dios para con los hombres es su
misma providencia por la que él tiene cuidado y sostiene con su ser la obra de
su creación. Dios omnipotente, transcendente y totalmente “diferente” a su
creación cuida de la tierra, de los seres vivientes y de los hombres. Y, en ese cuidado, en su preocupación por
nosotros, muestra sus entrañas de Padre
y su amor hacia la obra de sus manos.
Jesús
nos enseña a contemplar esta providencia de Dios y abandonarnos a su cuidado
amoroso: “Mirad las aves del cielo, que
no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?”
Hemos
perdido la capacidad de asómbranos ante el milagro diario –los milagros
diarios- -la multitud de milagros diarios- con los que Dios gobierna y sostiene
el mundo. Reconocer la providencia y misericordia de Dios al darnos el don de
la vida y con ella darnos lo necesario para nuestra subsistencia es la
revelación natural que Dios hace de sí mismo y el primer paso del hombre en su
camino de encuentro con Dios. Pero este
reconocimiento no es algo fácil para nuestro siglo, donde el hombre henchido de
soberbia se cree autosuficiente y fuente de todos sus bienes, totalmente
autónomo y que el mismo es el dueño y señor de su vida, su propio Dios.
Dios
conociendo la ceguera del hombre y la dificultad de muchos de reconocerlo, decide
revelarse en la historia de la Salvación al pueblo de Israel. Él elige a su
pueblo y lo conduce por el desierto, lo libra de la esclavitud y de sus
enemigos… Él cuida de su pueblo y durante su estancia en el desierto durante
cuarenta años –símbolo de la vida de cada hombre- Dios provee a su pueblo del
alimento: hace caer del cielo el maná, pan de los ángeles, para alimentar a sus
hijos hambrientos y hace brotar de la roca agua para que el pueblo sacie su
sed. Con la Virgen María en su Cántico de Magnificat podemos decir: “El Señor
colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos.”
Dios
obra con misericordia: da de comer al hambriento y de beber al sediento; y esta
misericordia de Dios llegará a su plenitud en Jesucristo, su Hijo, el Verbo
encarnado. Los Evangelios narran como
Jesús después de haber estado enseñando
a las multitudes durante largo tiempo, se dio cuenta que era tarde y que la
gente no tenía que comer. Tomando cinco panes y dos peces, da a comer a una
multitud. Más de 5000 hombres sin contar mujeres ni niños… Un milagro que se
repetirá una segunda vez. Pero un milagro que es más que una simple beneficencia
de Jesús o la solución inmediata a un problema de intendencia. La acción de
Jesús esconde un mensaje que el mismo expresará en la sinagoga de Cafarnaúm: “Yo
soy el pan de vida. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna. “
En
la conversación con la samaritana, el Señor haciéndose mendigo del agua de
aquella mujer termina revelándose como el agua viva que quién la beba ya no
tendrá sed.” El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino
que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna.” Y ya cercana la pasión, en las
fiestas de las tiendas o tabernáculos, el Señor exclama “Si alguno tiene sed,
que venga a mí y beba.”
Hambre
y sed que hacen referencia en primer
lugar a la realidad de carencia de alimento y bebida, pero en la Sagrada
Escritura va más allá reflejando en el sentido espiritual el hambre y la sed de
nuestra alma, del hombre en su interior. Una sed y hambre que sólo Dios puede
saciar satisfactoriamente.
¿Y
cómo colmo Dios el hambre y sed del hombre?
Ahora,
en la Pasión y Muerte, se nos revela. Cristo “antes de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos” le entregó sacramentalmente como alimento y
bebida su cuerpo y su sangre. Novedad asombrosa, cosa admirable: Dios mismo se
da como comida y bebida del hombre.
Sí,
comida y bebida de la Pascua: pero ya no la pascua judía que era figura,
prefiguración, símbolo. Esta es la Pascua de Jesús, su nueva alianza: Él es el
Cordero Inmaculado.
Sí,
comida y bebida, verdadero alimento que nutre nuestra alma y fortalece nuestro
cuerpo –recordad esas almas selectas a la que Jesús le ha concedido vivir
solamente de la Eucaristia-, que siembra en nuestros miembros la semilla de la
inmortalidad, que nos preserva de la corrupción del pecado.
Sí,
comida y bebida, pero no festín humano, sino banquete de Dios, fruto del
sacrificio de la cruz; pues cada vez que celebramos la santa misa nos hacemos contemporáneos
del Calvario; y al mismo tiempo el Calvario se hace presente en nuestros
altares. Sacrificio único de Cristo
ofrecido de una vez para siempre, pero renovado cada día para el perdón de
nuestros pecados, para que hoy y ahora podamos beneficiarnos de la sangre
preciosa de Cristo.
Sí,
comida y bebida, cuerpo y sangre de Cristo,
presencia sacramental. Y aunque nuestros ojos no ven más que pan y vino,
confesamos fiados en las palabras de Cristo: Esto es mi cuerpo, Esto es el
cáliz de mi sangre.
Sí,
comida y bebida, que se han de recibir dignamente preparados, con las
disposiciones debidas y exigidas por la grandeza de este sacramento. Recordad la llamada de atención que el Apóstol
Pablo hace a los corintios: “el que come y bebe sin discernir correctamente el
cuerpo del Señor, come y bebe su propio juicio”
Queridos
hermanos: Fijaos qué importancia tiene esta necesidad del alimento para el
hombre, que Jesús en la oración del Padre nuestro, nos enseñó a pedir “Danos
hoy nuestro pan de cada día”: sí, el pan cotidiano que necesitamos para nuestro
sustento, sí, el pan de las gracias divinas, de los consuelos y dones, el pan
su Palabra; pero sobre todo el pan de la
Eucaristía sin el cual no tenemos vida en nosotros.
En
este año de la misericordia demos gracias a Dios por habernos dado la comida de
su Carne Santísima y la bebida de su Sangre Preciosa. El da alimento a todo
viviente. Acudamos con premura al trono de la gracia, a esta sagrada mesa en la
que el Señor se nos da y se nos entrega, y pidámosle que así como él ha obrado
misericordiosamente con nosotros así también nosotros seamos misericordiosos
como el Padre hacia nuestros hermanos. Aprendamos y pidamos ser pan y bebida
para aquellos que están sedientos y hambrientos de amor, de atención, de
consuelo, de compañía… Aprendamos y pidamos a compartir los bienes que el Señor nos ha
dado con aquellos que carecen de ellos y son más desfavorecidos.
Así
lo pedimos. Que así sea.