Homilía
de maitines
I DOMINGO DE PASIÓN
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILÍA DE SAN GREGORIO, PAPA
Homilía 18 sobre los
Evangelios
Considerad, hermanos carísimos,
la mansedumbre de Dios. Había venido para perdonar los pecados, y decía: “Quien
de vosotros podrá argüirme de pecado?” No se desdeña de mostrar razonamientos
que él no era pecador, el mismo que por la virtud de su divinidad, podía
justificar a los pecadores. Pero es muy terrible lo que sigue: “Aquel que es de
Dios, escucha las palabras de Dios, y por eso vosotros no escucháis, porque no
sois de Dios”. Si pues, aquel que es de Dios oye las palabras de Dios, y no las
puede oír todo aquel que no es de Dios, pregúntese cada uno de vosotros si el
oído de su corazón percibe las palabras de Dios, y con esto entenderá de donde
sea. La Verdad manda que deseemos la patria celestial, que mortifiquemos los
deseos de la carne, declinando la gloria del mundo; que no deseemos lo ajeno, y
que demos de lo propio.
De consiguiente cada uno de
vosotros examine dentro de sí mismo si esta voz de Dios ha sido atendida por el
oído de su corazón, y de esta suerte conocerá que ya es de Dios. Pues hay no
pocos que ni se dignan escuchar con los oídos corporales los preceptos de Dios.
Y también existen no pocos, que a la verdad escuchan estos preceptos con los
oídos corporales, pero no tiene el menor deseo de practicarlos. Y hay también
algunos que reciben con buena voluntad las palabras de Dios de tal suerte que
compungidos derraman lágrimas, mas después de haber llorado sus pasadas
iniquidades vuelven a ellas. Estos, a la verdad, no oyen las palabras de Dios,
ya que no se dignan ponerlas en obra. Vosotros, carísimos hermanos, considerar
vuestra vida y con profunda atención, temed lo que nos dice la misma Verdad:
“Por esto vosotros no oís, porque no sois de Dios”
Mas esto que la Verdad dice
de los que merecen ser reprobados, lo manifiestan ellos mismos con sus obras.
Véase, en efecto lo que sigue: “Respondieron los Judíos, y dijeron: ¿Acaso no
decimos bien nosotros que eres Samaritano y que tienes el demonio?” Más
escuchemos lo que responde el Señor, después de haber recibido tan gran
injuria: “Yo no tengo el demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me
habéis deshonrado.” La palabra samaritano significa guardián, y lo es, en
verdad, aquel de quien el Salmista dice: “Si el Señor no guarda la ciudad, en
vano velan los que la guardan”; y al cual se dice por Isaías: “Centinela, ¿Qué
ha habido esta noche?” He aquí porque el Señor no quiso responder: No soy
samaritano; sino: Yo no tengo el demonio. Dos cosas le echaban en cara: Una la
negó; la otra, callando la confirma.