martes, 26 de enero de 2016

SAN ILDEFONSO, MISIONERO DE LA MISERICORDIA. Homilía


SAN ILDEFONSO, MISIONERO DE LA MISERICORDIA

Homilía de san Ildefonso 2016
Año jubilar de la misericordia
Queridos hermanos:
Como cada mes nos reunimos a celebrar la memoria del Padre Pio en esta Iglesia donde goza de una especial veneración. Hoy lo hacemos también celebrando la solemnidad de San Ildefonso, patrono de nuestra archidiócesis primada de España.
Ildefonso aquí nació y murió, aquí  recibió el bautismo y aquí recibió los consuelos de la gracia en el momento de su agonía, aquí en esta ciudad, se crió y educó, y aquí ofrendó su vida al servicio de Dios en la vocación monástica, de aquí fue elegido obispo y aquí desempeñó su misión sacerdotal enseñando al pueblo de Dios, pastoreando a su grey, santificando a sus hermanos.
Con cuanta propiedad y acierto, la liturgia en la epístola de hoy tomada del libro del Eclesiastés aplica a nuestro conciudadano Ildefonso, padre, maestro y hermano nuestro en la fe el elogio del Sumo Sacerdote Simón: “durante su vida restauró la Casa y en sus días consolidó el Santuario. Preocupado por preservar a su pueblo de la caída, fortificó la ciudad contra el asedio.
San Ildefonso supo fortificar la Iglesia para preservar  a su pueblo y no sólo a los cristianos de Toledo, no solo a los cristianos de España, sino que el efecto de su acción llegó a muchos otros y la influencia de su vida y enseñanza benefició a todos los de su tiempo y a muchas otras generaciones.
Y, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo fortificó la ciudad contra el asedio? No tenía la técnica y ni los medios actuales de nuestro tiempo que permite hacer llegar un mensaje fácilmente en un instante a todos los lugares de mundo. Ni contaba seguramente con muchos medios materiales para difundir el Evangelio.
Su predicación y -los escritos que conservamos-, fueron la forma con la que Ildefonso fortificó la casa de Dios. Una predicación que como recomienda san Pablo a Timoteo fue: “a tiempo y destiempo”; una enseñanza en la que el santo siguió el consejo del Apóstol: “amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción.” 2 Tm 2, 4
Porque es enseñando la Verdad y combatiendo el error como las almas salen de las tinieblas, son iluminadas, crecen en la virtud y en el bien, se protegen contra el ataque y se fortalecen en el combate contra el mal. Y esto es lo que debemos esperar los fieles de aquellos que han sido puesto al frente del pueblo de Dios, de los obispos y de los sacerdotes: la enseñanza de la verdad, el combate del error… ¡Pobres de las ovejas cuando los pastores ni le dan el alimento necesario ni las protegen contra el lobo! 

San Ildefonso era consciente de su misión, y por ello rezaba así antes de exponer su enseñanza:
Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí,
 ilumina mis ojos para que vea que debo llegarme a ti, 
asegura mis pasos hacia ti para no desviarme del camino, 
abre mi boca para que pueda hablar de ti. 
Tú que me otorgaste el querer, 
el hablar tus maravillas de cualquier modo que me sea posible. 
Y, porque el amor al prójimo va unido al amor a ti, 
concédeme poner en práctica 
lo que le sea provechoso 
para que le instruya en su salvación 
y ceda en alabanza y gloria de tu nombre.”

Todo predicador sufre tentaciones que hacen posible que su enseñanza no fortifique a su pueblo; no voy a detenerme en esto, pero si podemos resumir todas ellas en lo que el Apóstol san Pablo refiere cuando avisa a Timoteo de que llegará un tiempo en que los hombres no soportando la sana doctrina se irán detrás de “maestros conforme a sus propios deseos.” ¿Qué es lo que desea el hombre de hoy? ¿Qué es lo que busca nuestra juventud? ¿Qué es lo respira y vive nuestra sociedad? Al hombre de hoy se puede aplicar bien aquella definición que San Pablo hace de sus contemporáneos: “muchos andan como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, pues sólo piensan en las cosas terrenales.”  (Flp 3, 19)
Hemos de pedir a Dios que nos conceda pastores santos que nos muestren el camino de la verdad y nos libren del error; hemos de pedir por la conversión de los pastores mercenarios y de aquellos que se pastorean así mismos y no aman sus ovejas, hemos de pedir también para que el Señor conceda fortaleza a los que son débiles y cobardes; hemos de pedir también por la conversión de aquellos que investidos con la gracia del Sacramento son lobos rapaces y conducen a las almas al error y la perdición.
A esta oración por los sacerdotes nos invita también el padre Pío. Escuchemos su consejo: “Ten gran compasión de todos los pastores, predicadores y guías de almas. Ruega a Dios por ellos para que, salvándose a sí mismos, procuren fructíferamente la salvación de las almas.

Queridos hermanos: alguno llevado por la ignorancia o dominado por la sensibilidad moderna podría pensar que este modelo de predicador que enseña la verdad y combate el error no es el más conveniente para nuestro tiempo, para el hombre de hoy, para atraer a los jóvenes y aquellos que están alejados…. Se podría pensar que lo que necesita la Iglesia hoy son un tipo de predicadores que en nombre de la misericordia, la bondad y la comprensión acaben adulterando la fe, adaptándose a los gustos y a las modas...  Respondo con las mismas palabras de Jesús en el Evangelio: “Vosotros sois la sal de la tierra. Más si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera.” “El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”

Cantaré eternamente las misericordias del Señor” – Ildefonso, el Padre Pio como tantísimo otros confesores y predicadores de la historia de la Iglesia han cantado la misericordia del Señor pues el Dios cristiano es el Dios de la misericordia… Ellos han sido en verdad Misioneros de la Misercordia Divina. Pero este anuncio, este cantar  la misericordia sin fin con la que  Dios  trata  al hombre ha de ser siempre conforme a la verdad, como el Papa Benedicto XVI recordó en una de sus encíclicas: “la verdad en la caridad y la caridad en la verdad”. (CV 2).   En ellos, en los santos predicadores se cumple el lema que el Santo Padre Francisco ha querido proponer para este Jubilio “Misericordiosos como el Padre” pues con el anuncio indeleble de la verdad supieron  transmitir “la cercanía del Padre” que perdona, fortalece, anima, habla y escucha a aquellos que acuden a él. Sirva como ejemplo estas palabras de nuestro Padre Pio en una de sus cartas: Quiera Dios que estas pobres criaturas se arrepintieran y volvieran de verdad a él. Con estas personas hay que ser de entrañas maternales y tener sumo cuidado, porque Jesús nos enseña que en el cielo hay más alegría por un pecador que se ha arrepentido que por la perseverancia de noventa y nueve justos. Son en verdad reconfortantes estas palabras del Redentor para tantas almas que tuvieron la desgracia de pecar y que quieren convertirse y volver a Jesús (Epist.III, p.1082).

Tomarse en serio el Jubileo de la Misericordia” es el primer artículo de un Decálogo que se ha difundido en los medios como ayuda para vivir con provecho y bien espiritual esta ocasión de gracia que la Iglesia nos ofrece. Sírvanos esta exhortación  y enseñanza del mismo San Ildefonso que él dirige a los catecúmenos que han recibido el bautismo donde se enlaza la firmeza de la enseñanza y la dulzura del padre, donde habla del pecado pero también de la misericordia, donde habla del perdón gratuito pero de la correspondencia de la conversión, alentado todo en la esperanza y la alegría del bienaventuranza: “Deben mantenerse en el temor del Señor, cumpliendo su voluntad amando a Dios y gozándose de él; y porque no puede estar sin pecado, no sólo ha de precaverse de pecar, sino también ha de esforzarse siempre por borrar sus pecados con constantes afectos y lágrimas de penitencia hasta que la generosa misericordia de la bondad divina, como borró su pecado original, borre también su pecado actual por su dolor. Y así, firme en la esperanza de la bienaventuranza futura, salvando su condición mortal, descanse en paz y resucite, renacido en todos los aspectos, para una vida eterna en su incorrupción y en las alabanzas del Redentor.” De cognitione baptismi.

Pidamos a la Virgen Santísima que honró a San Ildefonso con el ornamento precioso traído del cielo, que nos conceda por su intercesión amor a la Verdad, deseo de recibirla y fortaleza para rechazar el error y el mal; y así, un día, en el cielo podremos cantar para siempre las misericordias del Señor.