¿Qué son el Magníficat y el Benedictus sino maravillosas alabanzas? Además la alabanza es una necesidad del amor, y aun cuando Dios no nos hubiera dado el precepto y el ejemplo de alabarle, para nosotros sería obligatorio hacerlo, solo por lo que nos ha dicho: <Vuestro primer mandamiento es amarme>. La admiración forma parte fundamental de todo amor verdadero: es su fundamento, su causa; el motivo del verdadero amor, es el bien, la perfección que hay en el ser amado; ese bien, esa perfección suscitan la admiración y apenas como algo distinto, viene el amor. Por tanto, la alabanza no es otra cosa que la expresión de la admiración; por lo que necesariamente se encuentra (o contenida interiormente, pero existiendo muda, silenciosa en el fondo del alma, o publicada hacia fuera por la palabra) dondequiera que haya verdadero amor. Alabemos por tanto a Dios, interiormente con la muda alabanza de una contemplación amorosa, y exteriormente con las palabras de admiración que al admirar sus perfecciones saldrán de nuestros labios. Sirvámonos a menudo para ello de los cantos de alabanzas de la Sagrada Escritura, ya que Dios ha sido lo bastante bueno como para entregarnos esas palabras divinas, con las que nosotros, tan pobres e impotentes, podemos rendirle una alabanzas celeste.