NOVENA PREPARATORIA DE NAVIDAD CON BENEDICTO XVI.
16
DE DICIEMBRE
LA LUZ EN MEDIO DE LA NOCHE
Benedicto XVI, 24 de diciembre de 2005
“Sobre los que vivían en tierra de
sombras, una luz brilló sobre ellos” (Is 9,1).
La “manifestación” –la “epifanía”– es la irrupción de la luz divina en
el mundo lleno de oscuridad y problemas sin resolver. Donde se manifiesta la
gloria de Dios, se difunde en el mundo la luz. “Dios es luz, en él no hay
tiniebla alguna”, nos dice san Juan (1 Jn1,5). La luz es fuente de vida. Pero luz significa sobre todo conocimiento,
verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la
luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, la
luz significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde
hay odio, el mundo queda en la oscuridad. Ciertamente, en el establo de Belén
aparece la gran luz que el mundo espera. En aquel Niño acostado en el pesebre
Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se
priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor. La luz de Belén
nunca se ha apagado. Ha iluminado hombre y mujeres a lo largo de los siglos,
“los ha envuelto en su luz”. Donde ha brotado la fe en aquel Niño, ha florecido
también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a los
débiles y los que sufren, la gracia del perdón. Desde de Belén una estela de
luz, de amor y de verdad impregna los siglos. Si nos fijamos en los santos
–desde san Pablo y san Agustín a san Francisco y santo Domingo, desde san
Francisco Javier a santa Teresa de Ávila y a la madre Teresa de Calcuta–, vemos
esta corriente de bondad, este camino de luz que se inflama siempre de nuevo en
el misterio de Belén, en el Dios que se ha hecho Niño. Contra la violencia de
este mundo Dios opone, en ese Niño, su bondad y nos llama a seguir al Niño.
El verdadero misterio de la Navidad es
el resplandor interior que viene de este Niño. Dejemos que este resplandor
interior llegue a nosotros, que se encienda en nuestro corazón la llamita de la
bondad de Dios; llevemos todos, con nuestro amor, la luz al mundo. No
permitamos que esta llama luminosa, encendida en la fe, se apague por las
corrientes frías de nuestro tiempo. Custodiémosla fielmente y ofrezcámosla a
los demás.