NOVENA PREPARATORIA DE NAVIDAD CON BENEDICTO XVI.
17 de diciembre
EL ESTABLO DE BELÉN
Benedicto XVI, 25 de diciembre de 2007
En algunas representaciones navideñas
de la Baja Edad media y de comienzo de la Edad Moderna, el pesebre se
representa como edificio más bien desvencijado. Se puede reconocer todavía su
pasado esplendor, pero ahora está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha
convertido justamente en un establo. Aunque no tiene un fundamento histórico,
esta interpretación metafórica expresa sin embargo algo de la verdad que se
esconde en el misterio de la Navidad. El trono de David, al que se había
prometido una duración eterna, está vacío. Son otros los que dominan en Tierra
Santa. José, el descendiente de David, es un simple artesano; de hecho, el
palacio se ha convertido en una choza. David mismo había comenzado como pastor.
Cuando Samuel lo buscó para ungirlo, parecía imposible y contradictorio que un
joven pastor pudiera convertirse en el portador de la promesa de Israel. En el
establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a
comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono desde el cual este David
atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono —la Cruz— corresponde al
nuevo inicio en el establo. Pero justamente así se construye el verdadero
palacio davídico, la verdadera realeza. Así, pues, este nuevo palacio no es
como los hombres se imaginan un palacio y el poder real. Este nuevo palacio es
la comunidad de cuantos se dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a
ser un solo cuerpo, una humanidad nueva. El poder que proviene de la Cruz, el
poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se
transforma en palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la
nueva gran comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su
nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que
Dios ama», hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en hombres
de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.
El
establo del mensaje de Navidad representa la tierra maltratada. Cristo no
reconstruye un palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la creación, al
cosmos, su belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la Navidad y hace
saltar de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida precisamente por el
hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la
sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo alto
con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad. Así, pues, Navidad es la fiesta
de la creación renovada. Los Padres interpretan el canto de los ángeles en la
Noche santa a partir de este contexto: se trata de la expresión de la alegría
porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos;
porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. Para los Padres, forma parte
del canto navideño de los ángeles el que ahora ángeles y hombres canten juntos
y, de este modo, la belleza del cosmos se exprese en la belleza del canto de
alabanza. El canto litúrgico —siempre según los Padres— tiene una dignidad
particular porque es un cantar junto con los coros celestiales. El encuentro
con Jesucristo es lo que nos hace capaces de escuchar el canto de los ángeles,
creando así la verdadera música, que acaba cuando perdemos este cantar juntos y
este sentir juntos.