HOMILÍA DEL OFICIO DE MAITINES SOBRE EL
EVANGELIO DEL DOMINGO
XIX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de San Gregorio, Papa.
Recuerdo haberos dicho con frecuencia que en el
Santo Evangelio, con el nombre de reino de los cielos se designa por lo común a
la actual Iglesia: llámese efectivamente reino de los cielos a la congregación
de todos los justos. Y como el Señor dijo por un Profeta: “El cielos es mi
trono”, y Salomón afirma que el alma del
justo es sede de la sabiduría, y San Pablo también dice: “Cristo es la virtud de Dios y la sabiduría de Dios”; de
esto debemos deducir claramente que, siendo Dios la sabiduría, y el alma del
justo el trono de la sabiduría, al decir que el cielo es trono de Dios, se
afirma que el alma del justo es el cielo. De aquí esta sentencia del Salmista,
aplicada a los santos predicadores: “Los cielos publican la gloria de Dios”.
Así, el reino de los cielos es la Iglesia de los
justos. Como sus corazones no aspiran a nada terrenal, sino que suspiran por
las cosas de lo alto, el Señor reina ya en ellos como en los cielos. Repitamos,
pues: “Semejante es el reino de los cielos a cierto rey, que celebro las bodas
de su hijo”. Ya entiende vuestra caridad quien este Rey, Padre de su hijo
igualmente Rey. Es, sin duda, aquel a quien dice el Salmista: “Oh Dios, dad al Rey
vuestro juicio y al Hijo del Rey vuestra justicia”-”El cual celebró las bobas
de su hijo”. Efectivamente Dios Padre celebró las bodas de Dios, su Hijo,
cuando la unió a la naturaleza humana en el seno de la Virgen, esto es, cuando
quiso que este Hijo, Dios antes de los siglos. Se hiciese hombre al fin de los
tiempos.
Pero
de que la unión conyugal ordinaria requiera dos personas, no vayamos a imaginar
que la persona de Jesucristo, nuestro Redentor, Dios y hombre a la vez, resulte
de la unión de dos personas. Afirmamos que se forma de dos naturalezas y que
subsiste en dos naturalezas; pero tenemos por ilícito creer que esté compuesto
de dos personas. Es, pues, más claro y seguro decir que el Padre celebró las
bodas del Rey, su Hijo, cuando merced del misterio de la Encarnación, unióle a
la Santa Iglesia. El seno de la Virgen Madre fue el lecho nupcial de este
esposo. Por esto canta también David: “Puso en el sol su tabernáculo, y él
mismo es semejante a un esposo que sale de su tálamo nupcial”.