LA VIRGEN MARÍA, MENDIGA DE NUESTRO AMOR.
Homilía del Primer Sábado del Mes de Agosto 2015
Queridos hermanos:
Todos
necesitamos amar y ser amados. Dios nos ha creado así: seres al mismo tiempo
dadores y necesitados de amor, de afecto, de comprensión, de comunicación y
entrega… ¡Sólo Dios! ¡Solo Dios es feliz en sí mismo, sin necesidad alguna, sin
pasiones!
Y
en cambio, Dios, por puro amor, nos ha creado para que le amemos. Sin
necesitarlo, Dios se ha hecho mendigo del amor humano. ¿Qué pensaríamos de un
hombre que tuviese todas las riquezas del mundo y se pusiese a mendigar?
Pensaríamos que es un avaro, insaciable en su deseo de acumular y tener. Pero
el amor con que nosotros podemos amar a Dios, no aumenta la felicidad de Dios,
no modifica su ser… ¿Por qué, entonces, Dios se ha hecho mendigo de nuestro
amor? Dios se ha hecho mendigo de nuestro amor para enriquecernos a nosotros,
pues el amor produce la unión y la identificación entre los amantes. Así,
amando a Dios con nuestro amor limitado y humano, somos nosotros los
beneficiados porque somos amados con su amor eterno e infinito, colmados de sus
gracias y de sus bienes, comunicándonos su misma vida divina…
Dios
se ha hecho mendigo del amor de sus criaturas y sus criaturas han respondidos
tantas veces con el desamor, la infidelidad, el pecado… Este es el resumen de
la historia de la salvación, es el resumen de la historia de la humanidad, es
el resumen también de nuestra propia vida.
Escuchemos
al mismo Dios por boca de su profeta Oseas:
“Vosotros decís que me amáis,
pero vuestro amor es como la
niebla
y como el rocío de la mañana:
¡muy pronto desaparece!
Me traéis ofrendas,
pero eso no es lo que quiero.
Lo que quiero es que me améis
y que me reconozcáis como vuestro
Dios.”
Os
6, 4. 6
Israel, Israel,
yo volveré a casarme contigo
y serás mi esposa para siempre.
Cuando tú seas mi esposa,
realmente llegarás a conocerme;
seré para ti un esposo fiel,
sincero y lleno de amor.
Os
2, 19-20
Jesús, en la
conversación con la Samaritana junto al pozo de Jacob, le dice a aquella mujer:
“Dame de beber”. Su petición excede y
sobrepasa la sed física. Jesús, más que
sed de agua, tiene sed del amor de aquella mujer que representa a la humanidad.
Jesús quiere y desea amar y ser amado por los corazones de los hombres. Su sed
es una sed de almas.
“Cuando yo sea
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” – dijo Jesús refiriéndose a
su Crucifixión, como diciendo que el corazón de los hombres se conmoverán ante
la manifestación de amor del Dios hecho hombre que se entrega a la muerte por
el perdón de nuestro pecados. Y en cambio, Jesús en la cruz, no recibe sino desprecios y
burlas pronunciando esas palabras que atraviesan nuestra alma: “Tengo
sed”. Nuestro Divino Salvador mendiga,
no un poco de agua para aliviar sus dolores, sino que mendiga amor, compasión,
correspondencia a su amor. Los soldados, figura tantas veces de la humanidad,
figura tantas veces de mi actitud ante el Crucificado, empaparon un esponja en
hiel y vinagre para darle de beber al Redentor. Así, yo también, ante la sed de
Cristo, no sé responder más que con la hiel y el vinagre de mi frialdad,
indiferencia, maldad, obstinación, dejadez….
En
una de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque,
nos dice ella misma como Jesús le descubrió las inexplicables maravillas de su
puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo
solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento. Jesús se queja a esta pobre
religiosa: "Eso fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión,
mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que
hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo
frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos
dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a
tus posibilidades."
“Al
menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud.” – es la llamada que Jesús hoy
nos hace a cada uno de nosotros.
Muy
parecida es la petición que la Virgen María hace a sor Lucía en la ciudad de
Pontevedra: “Mira, hija, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos
le clavan… Tú al menos procura consolarme.”
El
corazón de María Inmaculada es el corazón más semejante al Corazón de Jesús, al
Corazón de Dios. Ella, la llena de gracia, la llena de Dios, no necesita
nuestro amor; pues su corazón es todo de Dios y en Dios lo tiene todo. La Virgen Santísima no necesita nada de
nosotros, ella es plenamente feliz en Dios… Y, en cambio, ella viene a nosotros
y con su corazón en la mano en un gesto de ternura, mendiga nuestro amor: “Tú,
al menos, procura consolarme.”
La
Reina de Cielos y tierra, en que Dios ha depositado todos sus dones y gracias,
sobre la que ha derramado todos los bienes del cielo, a quién ha concedido ser
la Medianera y Dispensadora de todas las gracias, súplica a nosotros sus hijos
pecadores, que la amemos, que la consolemos, que le demos nuestros corazones.
Ella, la criatura más amada por Dios Padre, por su Hijo Jesucristo, por el
Espíritu Santo, ella se hace mendiga de nuestro amor.
Y
ella quiere que le amemos, al igual que Dios, para enriquecernos con su
amor. Con razón la Iglesia pone en sus labios las palabras de la Sabiduría que
escuchamos en la epístola:
Yo soy la madre del amor puro,
del temor, de la ciencia y de la santa esperanza.
En mí se halla toda la gracia de
la doctrina y de la verdad, toda la esperanza de la vida y de la virtud.
Venid a mí los que deseáis y saciaos
de mis frutos,
porque pensar en mí es más dulce
que la miel
y poseerme, más que el panal de
miel.
Eclo.
24,23-31
Que
la Virgen María quiere nuestro amor para
enriquecernos con el suyo, es una
verdad que san Alfonso María de Ligorio comprendió perfectamente. En su obra,
las Glorias de María, San Alfonso nos transmite una oración que ha de ayudarnos
a alcanzar el verdadero amor a la Virgen Santísima:
ORACIÓN PARA ALCANZAR EL AMOR DE
MARÍA
SAN
ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
¡María,
tú robas los corazones! Señora, que con
tu amor y tus beneficios robas los corazones de tus siervos,
roba
también mi pobre corazón que tanto desea amarte.
Con
tu belleza has enamorado a Dios y lo has atraído del cielo a tu seno.
¿Viviré
sin amarte, madre mía?
No
quiero descansar hasta estar cierto de haber conseguido tu amor,
pero un amor constante y tierno hacia ti,
madre mía,
que
tan tiernamente me has amado aun cuando yo era tan ingrato.
¿Qué
sería de mí, María, si tú no me hubieras amado e impetrado tantas
misericordias?
Si
tanto me has amado cuando no te amaba, cuánto confío en tu bondad ahora que te
amo.
Te
amo, madre mía, y quisiera un gran corazón que te amara por todos los infelices
que no te aman.
Quisiera
una lengua que pudiera alabarte por mil,
y
dar a conocer a todos tu grandeza, tu santidad, tu misericordia y el amor con
que amas a los que te quieren.
Si
tuviera riquezas, todas quisiera gastarlas en honrarte.
Si
tuviera vasallos, a todos los haría tus amantes.
Quisiera,
en fin, si falta hiciera, dar por ti y por tu gloria hasta la vida.
Te
amo, madre mía, pero al tiempo temo no amarte cual debiera
porque
oigo decir que el amor hace, a los que se aman, semejantes.
Y
si yo soy de ti tan diferente, triste señal será de que no te amo.
¡Tú
tan pura y yo tan sucio! ¡Tú tan humilde y yo tan soberbio! ¡Tú tan santa y yo
tan pecador!
Pero
esto tú lo puedes remediar, María.
Hazme
semejante a ti pues que me amas.
Tú
eres poderosa para cambiar corazones; toma el mío y transfórmalo.
Que
vea el mundo lo poderosa que eres a favor de aquellos que te aman.
Hazme
digno de tu Hijo, hazme santo.
Así lo espero, así sea.
Así lo espero, así sea.