lunes, 3 de agosto de 2015

LA VIRGEN MARÍA, MENDIGA DE NUESTRO AMOR. Homilía del Primer Sábado del Mes de Agosto 2015


LA VIRGEN MARÍA, MENDIGA DE NUESTRO AMOR. 
Homilía del Primer Sábado del Mes de Agosto 2015


Queridos hermanos:
Todos necesitamos amar y ser amados. Dios nos ha creado así: seres al mismo tiempo dadores y necesitados de amor, de afecto, de comprensión, de comunicación y entrega… ¡Sólo Dios! ¡Solo Dios es feliz en sí mismo, sin necesidad alguna, sin pasiones! 
Y en cambio, Dios, por puro amor, nos ha creado para que le amemos. Sin necesitarlo, Dios se ha hecho mendigo del amor humano. ¿Qué pensaríamos de un hombre que tuviese todas las riquezas del mundo y se pusiese a mendigar? Pensaríamos que es un avaro, insaciable en su deseo de acumular y tener. Pero el amor con que nosotros podemos amar a Dios, no aumenta la felicidad de Dios, no modifica su ser… ¿Por qué, entonces, Dios se ha hecho mendigo de nuestro amor? Dios se ha hecho mendigo de nuestro amor para enriquecernos a nosotros, pues el amor produce la unión y la identificación entre los amantes. Así, amando a Dios con nuestro amor limitado y humano, somos nosotros los beneficiados porque somos amados con su amor eterno e infinito, colmados de sus gracias y de sus bienes, comunicándonos su misma vida divina…
Dios se ha hecho mendigo del amor de sus criaturas y sus criaturas han respondidos tantas veces con el desamor, la infidelidad, el pecado… Este es el resumen de la historia de la salvación, es el resumen de la historia de la humanidad, es el resumen también de nuestra propia vida.
Escuchemos al mismo Dios por boca de su profeta Oseas:
“Vosotros decís que me amáis,
pero vuestro amor es como la niebla
y como el rocío de la mañana:
¡muy pronto desaparece!
Me traéis ofrendas,
pero eso no es lo que quiero.
Lo que quiero es que me améis
y que me reconozcáis como vuestro Dios.”
Os 6, 4. 6
Israel, Israel,
yo volveré a casarme contigo
y serás mi esposa para siempre.
Cuando tú seas mi esposa,
realmente llegarás a conocerme;
seré para ti un esposo fiel,
sincero y lleno de amor.
Os 2, 19-20

Jesús, en la conversación con la Samaritana junto al pozo de Jacob, le dice a aquella mujer: “Dame de beber”.  Su petición excede y sobrepasa la sed  física. Jesús, más que sed de agua, tiene sed del amor de aquella mujer que representa a la humanidad. Jesús quiere y desea amar y ser amado por los corazones de los hombres. Su sed es una sed de almas.
“Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” – dijo Jesús refiriéndose a su Crucifixión, como diciendo que el corazón de los hombres se conmoverán ante la manifestación de amor del Dios hecho hombre que se entrega a la muerte por el perdón de nuestro pecados. Y en cambio, Jesús  en la cruz, no recibe sino desprecios y burlas pronunciando esas palabras que atraviesan nuestra alma: “Tengo sed”.  Nuestro Divino Salvador mendiga, no un poco de agua para aliviar sus dolores, sino que mendiga amor, compasión, correspondencia a su amor. Los soldados, figura tantas veces de la humanidad, figura tantas veces de mi actitud ante el Crucificado, empaparon un esponja en hiel y vinagre para darle de beber al Redentor. Así, yo también, ante la sed de Cristo, no sé responder más que con la hiel y el vinagre de mi frialdad, indiferencia, maldad, obstinación, dejadez….  

En una de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque, nos dice ella misma como Jesús le descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento. Jesús se queja a esta pobre religiosa: "Eso fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades."
“Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud.” – es la llamada que Jesús hoy nos hace a cada uno de nosotros.

Muy parecida es la petición que la Virgen María hace a sor Lucía en la ciudad de Pontevedra: “Mira, hija, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos le clavan… Tú al menos procura consolarme.”
El corazón de María Inmaculada es el corazón más semejante al Corazón de Jesús, al Corazón de Dios. Ella, la llena de gracia, la llena de Dios, no necesita nuestro amor; pues su corazón es todo de Dios y en Dios lo tiene todo.  La Virgen Santísima no necesita nada de nosotros, ella es plenamente feliz en Dios… Y, en cambio, ella viene a nosotros y con su corazón en la mano en un gesto de ternura, mendiga nuestro amor: “Tú, al menos, procura consolarme.”
La Reina de Cielos y tierra, en que Dios ha depositado todos sus dones y gracias, sobre la que ha derramado todos los bienes del cielo, a quién ha concedido ser la Medianera y Dispensadora de todas las gracias, súplica a nosotros sus hijos pecadores, que la amemos, que la consolemos, que le demos nuestros corazones. Ella, la criatura más amada por Dios Padre, por su Hijo Jesucristo, por el Espíritu Santo, ella se hace mendiga de nuestro amor.
Y ella quiere que le amemos, al igual que Dios, para enriquecernos con su amor. Con razón la Iglesia pone en sus labios las palabras de la Sabiduría que escuchamos en la epístola:

Yo soy la madre del amor puro, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza.
En mí se halla toda la gracia de la doctrina y de la verdad, toda la esperanza de la vida y de la virtud.
Venid a mí los que deseáis y saciaos de mis frutos,
porque pensar en mí es más dulce que la miel
y poseerme, más que el panal de miel.
Eclo. 24,23-31

Que la Virgen María quiere nuestro amor para  enriquecernos con el suyo,  es una verdad que san Alfonso María de Ligorio comprendió perfectamente. En su obra, las Glorias de María, San Alfonso nos transmite una oración que ha de ayudarnos a alcanzar el verdadero amor a la Virgen Santísima:

ORACIÓN PARA ALCANZAR EL AMOR DE MARÍA
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

¡María, tú robas los corazones!  Señora, que con tu amor y tus beneficios robas los corazones de tus siervos,
roba también mi pobre corazón que tanto desea amarte.
Con tu belleza has enamorado a Dios y lo has atraído del cielo a tu seno.
¿Viviré sin amarte, madre mía?
No quiero descansar hasta estar cierto de haber conseguido tu amor,
 pero un amor constante y tierno hacia ti, madre mía,
que tan tiernamente me has amado aun cuando yo era tan ingrato.
¿Qué sería de mí, María, si tú no me hubieras amado e impetrado tantas misericordias?
Si tanto me has amado cuando no te amaba, cuánto confío en tu bondad ahora que te amo.
Te amo, madre mía, y quisiera un gran corazón que te amara por todos los infelices que no te aman.
Quisiera una lengua que pudiera alabarte por mil,
y dar a conocer a todos tu grandeza, tu santidad, tu misericordia y el amor con que amas a los que te quieren.
Si tuviera riquezas, todas quisiera gastarlas en honrarte.
Si tuviera vasallos, a todos los haría tus amantes.
Quisiera, en fin, si falta hiciera, dar por ti y por tu gloria hasta la vida.
Te amo, madre mía, pero al tiempo temo no amarte cual debiera
porque oigo decir que el amor hace, a los que se aman, semejantes.
Y si yo soy de ti tan diferente, triste señal será de que no te amo.
¡Tú tan pura y yo tan sucio! ¡Tú tan humilde y yo tan soberbio! ¡Tú tan santa y yo tan pecador!
Pero esto tú lo puedes remediar, María.
Hazme semejante a ti pues que me amas.
Tú eres poderosa para cambiar corazones; toma el mío y transfórmalo.
Que vea el mundo lo poderosa que eres a favor de aquellos que te aman.
Hazme digno de tu Hijo, hazme santo.
Así lo espero, así sea.