COMENTARIO AL
EVANGELIO DEL DÍA
MIÉRCOLES DE LA
OCTAVA DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
Jesús y el Espíritu Santo. Con su palabra, y con el pan y
el vino, el Señor mismo nos ha ofrecido los elementos esenciales del culto
nuevo. La Iglesia, su Esposa, está llamada a celebrar día tras día el banquete
eucarístico en conmemoración suya. Introduce así el sacrificio redentor de su
Esposo en la historia de los hombres y lo hace presente sacramentalmente en
todas las culturas. Este gran misterio se celebra en las formas litúrgicas que
la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, desarrolla en el tiempo y en los
diversos lugares.[23] A este propósito es necesario despertar en nosotros la
conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo
de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios. El
Paráclito, primer don para los creyentes,[24] que actúa ya en la creación (cf.
Gn 1,2), está plenamente presente en toda la vida del Verbo encarnado; en
efecto, Jesucristo fue concebido por la Virgen María por obra del Espíritu
Santo (cf. Mt 1,18; Lc 1,35); al comienzo de su misión pública, a orillas del
Jordán, lo ve bajar sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16 y par.); en este
mismo Espíritu actúa, habla y se llena de gozo (cf. Lc 10,21), y por Él se
ofrece a sí mismo (cf. Hb 9,14). En los llamados « discursos de despedida »
recopilados por Juan, Jesús establece una clara relación entre el don de su vida
en el misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Una vez
resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el
Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión
(cf. Jn 20,21). Será el Espíritu quien enseñe después a los discípulos todas
las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), porque
corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15,26), guiarlos hasta la
verdad completa (cf. Jn 16,13). En el relato de los Hechos, el Espíritu
desciende sobre los Apóstoles reunidos en oración con María el día de
Pentecostés (cf. 2,1-4), y los anima a la misión de anunciar a todos los
pueblos la buena noticia. Por tanto, Cristo mismo, en virtud de la acción del
Espíritu, está presente y operante en su Iglesia, desde su centro vital que es
la Eucaristía.
Espíritu Santo y Celebración
eucarística. En
este horizonte se comprende el papel decisivo del Espíritu Santo en la
Celebración eucarística y, en particular, en lo que se refiere a la
transustanciación. Todo ello está bien documentado en los Padres de la Iglesia.
San Cirilo de Jerusalén, en sus Catequesis, recuerda que nosotros « invocamos a
Dios misericordioso para que mande su Santo Espíritu sobre las ofrendas que
están ante nosotros, para que Él convierta el pan en cuerpo de Cristo y el vino
en sangre de Cristo. Lo que toca el Espíritu Santo es santificado y
transformado totalmente ».[25] También san Juan Crisóstomo hace notar que el
sacerdote invoca el Espíritu Santo cuando celebra el Sacrificio[26]: como Elías
—dice—, el ministro invoca el Espíritu Santo para que, « descendiendo la gracia
sobre la víctima, se enciendan por ella las almas de todos ».[27] Es muy
necesario para la vida espiritual de los fieles que tomen más clara conciencia
de la riqueza de la anáfora: junto con las palabras pronunciadas por Cristo en
la última Cena, contiene la epíclesis, como invocación al Padre para que haga
descender el don del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en el
cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que « toda la comunidad sea cada vez
más cuerpo de Cristo ».[28] El Espíritu, que invoca el celebrante sobre los
dones del pan y el vino puestos sobre el altar, es el mismo que reúne a los
fieles « en un sólo cuerpo », haciendo de ellos una oferta espiritual agradable
al Padre.[29]
Benedicto XVI,
Sacramentum Caritatis 2007