COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA
LUNES
DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Forma Extraordinaria del Rito Romano
« Ves la Trinidad si ves el amor »,
escribió san Agustín.[11] En las reflexiones precedentes hemos podido fijar
nuestra mirada sobre el Traspasado (cf. Jn 19, 37; Za 12, 10), reconociendo el
designio del Padre que, movido por el amor (cf. Jn 3, 16), ha enviado el Hijo
unigénito al mundo para redimir al hombre. Al morir en la cruz —como narra el
evangelista—, Jesús « entregó el espíritu » (cf. Jn 19, 30), preludio del don
del Espíritu Santo que otorgaría después de su resurrección (cf. Jn 20, 22). Se
cumpliría así la promesa de los « torrentes de agua viva » que, por la efusión
del Espíritu, manarían de las entrañas de los creyentes (cf. Jn 7, 38-39). En
efecto, el Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el
corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado,
cuando se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos (cf. Jn 13, 1-13) y,
sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos (cf. Jn 13, 1; 15, 13).
El Espíritu es también la fuerza que
transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo
del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola
familia. Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca
el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y
los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y
busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto,
el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los
sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres.
Benedicto XVI, Deus caritas est