LUNES
DE LA IV SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Estaba ya cerca la Pascua de los judíos,
y Jesús subió a Jerusalén. Y encontrando
en el templo gentes que vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y cambistas
sentados en sus mesas, habiendo formado de cuerdas como un azote, los echó a
todos del templo, con las ovejas y bueyes, y derramó por el suelo el dinero de
los cambistas, derribando las mesas. Y
hasta a los que vendían palomas, les dijo: Quitad eso de aquí, y no queráis
hacer de la casa de mi Padre una casa de tráfico. Entonces se acordaron sus discípulos que está
escrito: El celo de tu casa me tiene consumido.
Pero los judíos se dirigieron a él, y le preguntaron: ¿Qué señal nos das
de tu autoridad para hacer estas cosas?
Les respondió Jesús: Destruid este templo, y yo en tres días lo
reedificaré. Los judíos le dijeron:
Cuarenta y seis años se han gastado en la reedificación de este templo, y tú lo
has de levantar en tres días? Mas él
les hablaba del templo de su cuerpo.
Así, cuando hubo resucitado de entre los muertos, sus discípulos
hicieron memoria de que lo dijo por esto, y creyeron, con más viva fe, a la
Escritura y a las palabras de Jesús. En
el tiempo, pues, que estuvo en Jerusalén con motivo de la fiesta de la Pascua,
creyeron muchos en su nombre, viendo los milagros que hacía. Verdad es que Jesús no se fiaba de ello,
porque los conocía bien a todos, y no necesitaba que nadie le diera testimonio
acerca de hombre alguno, porque sabía él mismo lo que hay dentro de cada
hombre.
Juan 2,13-25.