Yo se de una persona a quien quiso nuestro
Señor manifestar cómo quedaba un alma cuando peca mortalmente. Dice esa persona
que si los que pecan supiesen lo que hacen, nadie pecaría, aunque los
sufrimientos que tuviesen que soportar para huir de las ocasiones fuesen los
más terribles que se pueden imaginar. Y tuvo un inmenso deseo de que todo el
mundo lo comprendiera. Os de a vosotras, hijas, el deseo de rogar mucho a Dios
por lo que están en pecado todos sumergidos en la oscuridad, y así son sus
obras. El alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en otra de
muy negrísima agua y de muy mal olor todo lo que nace de ella es la misma
desventura y suciedad. La fuente y aquel sol resplandeciente que está en el
centro del alma no pierden su resplandor y hermosura sino que viven así siempre
dentro del alma y no existe nada que pueda despojarlos de su hermosura. Mas si
un cristal puesto al sol se cubriese con un paño muy negro, claro está que
aunque el sol de en él, su claridad no iluminará el cristal cubierto. ¡Oh,
almas redimidas por la sangre de Jesu! ¡Comprended vuestra grandeza y tened
lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuréis quitar
este estiércol de este cristal? ¡Oh, Jesús, qué pena da ver un alma separada de
esta luz!... (I M 2, 2),