Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de la
católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido de piedad,
religión y amor, venerando, invocando, orando a la santísima Madre de Dios, la
Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con toda
confianza a esta dulcísima Madre de misericordia y gracia en todos los
peligros, angustias, necesidades, y en todas las situaciones oscuras y
tremendas de la vida. Pues nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si
ella nos guía, patrocina, favorece, protege, pues tiene para con nosotros un
corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa
de todo el linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la
tierra y colocada por encima de todos los coros de los ángeles y coros de los
santos, situada a la derecha de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, alcanza
con sus valiosísimos ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no puede,
quedar decepcionada.