“Jesús, todo lo habéis sufrido por mí, y yo ¿qué sufro por Vos?
Nadie me dice improperios; nadie me azota ni me corona de espinas,
ni me escupen a la cara, ni me desnudan, ni me visten de loca,
ni me cargan encima pesada cruz, ni me clavan con ella ni muero.
¿De qué me quejo y me paro por pequeñas molestias que tengo?
¡Señor! Concédeme tal amor a los sufrimientos, que todo me parezca nada,
aunque derramase lágrimas por vuestro amor”.