¡Oh María, sin pecado concebida! Ruega por nosotros que recurrimos a Ti. Ésta es, oh María, la oración que inspiraste a Santa Catalina Labouré en este mismo lugar, hace ciento cincuenta años. Y esta Invocación, grabada ahora en la Medalla, la pronunciarán en adelante ¡tantos fieles en el mundo entero! ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres! Has sido íntimamente asociada a toda la obra de nuestra Redención, asociada a la Cruz de nuestro Salvador: tu corazón fue traspasado junto a su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas por la Iglesia, de la que eres la Madre. Velas por cada uno de tus hijos, y alcanzas de Dios, para cada uno de nosotros, todas las gracias que simbolizan los rayos de luz que emergen de tus manos abiertas, con la sola condición de que nos atrevamos a pedírtelas, de que nos acerquemos a Ti con la confianza, la osadía, la sencillez de un niño. Y así, nos llevas sin cesar hacia tu divino Hijo.