Oh Jesús, Salvador mío...
yo os rindo todas aquellas humildes acciones de gracias
que me son posibles, por haberos encerrado de un modo así, amoroso...
y tan incomprensible, en este Sacramento divino,
a fin de ser allí nuestro único Sacrificio,
nuestra Víctima suprema
y el alimento espiritual de nuestras almas.