Levántate, pues, Señor, una vez más y líbrame ante todo de mí mismo; y no permitas que se pierda aquel a quien con tanto cuidado y urgencia has vuelto a llamar y has arrancado de un mundo que no es tuyo. Levántate, pues, Señor, una vez más y confirma en tu gracia a los que me has confiado; y no permitas que ninguno llegue a perderse abandonando el redil.
¡Oh Dios, oh Dios!... no permitas que se pierda tu heredad. ¡Oh Dios!, manifiéstate cada vez más a mi pobre corazón y completa en mí la obra que ya has comenzado.
Oigo en mi interior una voz que de continuo me grita: Santifícate y santifica.