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miércoles, 27 de agosto de 2014
LA ÚLTIMA COMUNIÓN DE SAN JOSÉ DE CALASANZ
Narra el P. Berro, testigo presencial aquel dos de agosto de 1648: «El domingo por la mañana fui a su habitación para ayudarle a rezar las Horas del Breviario. Lo encontré todavía en cama. Me dijo que había pasado muy mala noche. Rezamos Horas. Salí de la habitación y se vistió. Volví a entrar y me dijo: <Padre Vicente, me siento mal; no me encuentro con ánimos para decir la santa misa>. Yo le rogué que se metiera otra vez en cama. No quiso, porque decía que quería oír mi misa y comulgar en ella. Díjele que celebraría inmediatamente. <No, no estorbemos en la iglesia, que es domingo. Esperemos y dirá la misa de los niños que hoy la tendrán aquí en el oratorio). Y así fue».
Y el P. Caputi nos cuenta, aunque uniendo la historia a un recuerdo personal: «El 2 de agosto de 1648, el P. Fundador no pudo dormir. A la mañana se quiso levantar y oír la misa de los alumnos que aquella mañana se decía en el oratorio y comulgó en ella, no sintiéndose por el cansancio con ánimos de celebrar. Recibió esta comunión con tanta devoción y espíritu, que todos los alumnos quedaron maravillados. Eran más de setecientos. Terminada la misa les dijo que rezasen un Avemaria por él, para que supiese conformarse con la divina voluntad, pero que la dijesen con toda devoción. Hiciéronlo así los alumnos porque le querían como a un verdadero padre. Pues no sólo enseñaba él personalmente a algunos, sino que visitaba a todos por las escuelas; quería informarse por los maestros de cómo se portaban, si eran devotos, qué devociones rezaban en casa tanto por la mañana como por la noche, y si eran obedientes a sus mayores. A menudo les repartía premios de estampas según su edad; y si había alguien de quien no podían darle buen informe, le reprendía con tales palabras que le hacía arrepentirse y llorar. Preguntábales si tenían papel, plumas, tinta, libros, de lo cual proveía a satisfacción. Y a mí me sucedió varias veces que haciendo la escuela que se llamaba la séptima de dentro, al verle llegar los niños hacían manifestaciones de gozo, y al despedirse se hincaban de rodillas y le pedían la bendición. El les bendecía rogándoles que rezasen por él, como él rezaba por ellos y que fuesen buenos y obedientes. Y la última vez que visitó mi escuela fue dos días antes de enfermar, e hízolo con tanto amor que parecía querer despedirse definitivamente de sus amadas ovejuelas. Pues aunque tenía los noventa y dos años, todavía visitaba las escuelas como de joven, y por ello los alumnos le querían tanto como he dicho.Terminada la misa, se retiró a su cuarto y rogó al Hermano Agapito que saliese y cerrase la puerta y le dejase solo por una hora, sin dejar que nadie entrase a estorbarle».