martes, 15 de agosto de 2017

LOA DE NUESTRA SEÑORA. San Agustín




Comentario al Evangelio
15 de agosto
Asunción de Nuestra Señora
“Digamos algo en alabanza de la Santísima Virgen. Pero ¿Qué somos nosotros, que acciones las nuestras, para que la alabemos, cuando, aunque todas las partes de nuestro cuerpo se convirtiesen en lenguas, no seriamos suficientes para ensalzarla? Es más alta que el cielo aquella de quien hablamos y más bajos que el abismo los que intentamos alabarla. Ella llevo encerrado en su seno al Dios que no puede comprender criatura alguna.
Ésta es la única que mereció ser llamada a la vez Madre y Esposa; la que reparo los daños de la primera madre; la que ofreció la redención al hombre perdido. La madre primera  trajo al mundo la pena del género humano; la Madre de Nuestro Señor trajo al mundo la salvación. Eva pecadora; Maria llena de mérito, Eva entro matando, Maria se presentó dando vida. Maria dio a luz al Salvador de todas las cosas, de un modo admirable y digno de nuestro culto. ¿Quién es, pues, esta virgen tan santa a la que se dignara venir el Espíritu Santo? ¿Quién es esa tan grande para que Dios la tome por Esposa? ¿Quién es esta tan casta que puede permanecer virgen después del parto? Es el templo de Dios, la fuente sellada, la puerta cerrada en la casa del Señor. A su alma bajo el Espíritu Santo y el altísimo la lleno de su virtud. Ella es inmaculada en su concepción, fecunda en el parto, Virgen que sustenta y provee de manjar a los ángeles y a los hombres. La que, bienaventurada, preparo al mundo tan extraordinaria victoria, con razón sale de nosotros coronada de laureles.
¡Oh dichosa Maria y dignísima de toda alabanza! ¡Oh Madre gloriosa! ¡Oh Madre en cuyas entrañas se aloja el Creador de cielo y tierra! ¡Oh felices ósculos los de esta Madre, cuando le dirigía a Jesús las primeras caricias infantiles, como verdadero Hijo suyo, mientras imperaba como verdadero Dios unigénito del Padre! Pues en tu concepción, ¡oh Maria!, diste a luz, en el tiempo, un niño que era Creador desde la eternidad. ¡Oh feliz nacimiento, alegría de los ángeles, deseado por los santos! Recibió injurias, fue cruelmente azotado, bebió hiel y fue sujeto a un patíbulo para demostrar padeciendo que era verdadero hombre y, por lo tanto, que eras tú su verdadera madre. Pobre de ingenio, ¡que puedo yo decir, cuando todo lo que dijese de ti seria alabanza menguada, siendo tan alta tu dignidad! ¿Te llamare cielo? Eres tú más elevada que el cielo. ¿Te llamare madre de las gentes? Es poco... ¿Figura de Dios?...Lo eres muy digna. ¿Señora de los ángeles?...¡Oh, lo demuestras suficientemente en todas las cosas! ¿Qué diré, pues, digno de ti; que referiré, siendo la lengua humana incapaz de narrar tus virtudes? No, la lengua no puede expresar lo que el ánimo profiere fervorosamente en el interior. Imploremos, con todo el afecto del corazón, la intercesión de la bienaventurada virgen, e invoquemos con todo empeño su patrocinio; para que mientras nosotros, suplicantes imploramos su protección en la tierra, Ella se digne interceder por nosotros en el cielo. Pues no hay duda que la que mereció ofrecer tal alto precio para salvarnos podrá mejor dar un sufragio a todos los santos libertados.”
San Agustín de Hipona